Fue un personaje singular en la medida que trató de diferenciarse del grueso de los caudillos indígenas de su época, muy proclives al servilismo político a los eventuales representantes de la politiquería burguesa en el marco del Estado blancoide y opresor; mientras aquellos reptaban buscando algún acomodo en el Estado, éste mostraba la agresividad y rebeldía de la nación aymara secularmente oprimida.
Sin embargo, el hombre es producto de su época y de su medio, no pudo trasmontar las limitaciones de su nación-clase, deformada por la penetración capitalista al país. Penetración que dejó atrás al aymara producto económico, social y cultural del tradicional ayllu asentado sobre la propiedad comunal de la tierra, ahora convertido en pequeño parcelario, productor individual que busca consolidarse como una pequeña burguesía agraria miserable.
Esta forma de la penetración capitalista al agro boliviano, cuyo
resultado ha sido que Bolivia se transforme en un país capitalista atrasado de
economía combinada, ha creado una contradicción en las prácticas económicas,
sociales y culturales de sus habitantes: la preexistencia de la tradición
comunitaria del ayllu, sin estructura material precisamente por la destrucción
de gran parte de la propiedad comunitaria de la tierra, que sobrevive como un
sueño idílico de un pasado frecuentemente deformado por la inteligencia pequeño
burguesa: el retorno al Tawantinsuyo que proclama el indianismo aymara olvida o
ignora que el imperio incaico era un brutal sistema opresor de los ayllus
aymaras y de otras naciones bajo su dominio, bajo la forma del tributo.
Por otra parte, la inserción del nuevo aymara pequeño
propietario a la economía capitalista ha permitido el surgimiento de grandes
concentraciones humanas en los barrios periféricos de las ciudades. De esta
manera, la nación aymara de Felipe Quispe se encuentra con un pie en la
tradición y con el otro en la realidad presente que es un capitalismo atrasado sin
perspectivas de desarrollarse ya en el futuro, realidad que condena a la nación
oprimida a permanecer en su actual condición de sometimiento a un Estado que se
desmorona vertiginosamente y al imperialismo.
El Mallku es producto de esta realidad objetiva, refleja
todas esas contradicciones señaladas; por eso, unas veces aparece como la
negación del Estado k’ara proclamando el gobierno de las naciones oprimidas y
hasta queriendo tomar las armas para destruirlo (es el Mallku del EGTK) y otras
veces, según las ambiciones políticas circunstanciales, capitulando frente al
posmodernismo reaccionario; sueña con que la liberación del indio se consigue
logrando que el Estado opresor les reconozca sus derechos y respete sus
tradiciones. Por eso no duda en adornar el Parlamento burgués con los
aguerridos y llamativos ponchos rojos. Ha vivido condenado en los limitados
marcos de la pequeña propiedad privada parcelaria, al igual que el resto de la
nación aymara, hecho que determinó que no pudiera liberarse de la política
burguesa.
En su oscilación entre los dos extremos, entre la tradición
del ayllu materialmente inexistente y el capitalismo viviente marcando
cotidianamente la vida de los aymaras, terminó siendo arrastrado por el dominio
blancoide aunque de tarde en tarde lance su grito de rebelión. El caudillo
aymara no pudo comprender que su nación sólo logrará la plenitud de su
autodeterminación en el marco de un nuevo Estado de obreros y campesinos
(dictadura del proletariado) que, para consolidarse, tiene que barrer con todos
los resabios de la opresión y la explotación de un capitalismo decadente y
moribundo.
Esta es la razón de por qué el “Mallku”, a pesar de su
rebeldía, fue un reaccionario orgánico, víctima del posmodernismo; enemigo de
la lucha de clases. No pudo comprender que el motor de la historia, en este
momento es el brutal enfrentamiento entre la clase dominante nativa y el
imperialismo frente al proletariado que, para materializar la revolución, debe
convertirse en la dirección del conjunto de la nación oprimida.