James Petras previno hace 10 años que si la Revolución nacionalista de 1952 fue una tragedia, el denominado proceso de cambio en Bolivia sería una tragicomedia. Los escribidores y cortesanos del régimen defenestraron al intelectual norteamericano, acusándolo de “dogmático” y de omitir el súper espectacular acontecimiento que “transformaría” la historia de Bolivia y de todo el continente: la llegada del “primer indígena de la historia boliviana a la silla presidencial”.
Una década después, hasta los cortesanos de Evo se avergüenzan de los panfletos que escribían, mientras que las predicciones de Petras se cumplen al pie de letra. Casi nada ha cambiado desde el triunfo de la revolución nacionalista del MNR y los posteriores regímenes dictatoriales y democráticos.
En un almuerzo que le ofreció la Confederación de Empresarios Privados en
ocasión de la inauguración de la Expocruz 2013, Evo Morales selló definitivamente y ante
los ojos de todo el país la alianza del gobierno con la flor y nata de la
burguesía local y de la imperialista, representada principalmente por las
transnacionales que explotan los recursos naturales en el país.
En la
ocasión, el “presidente indígena” se refirió a los capitalistas como miembros
de una sola gran familia conformada por todos: obreros, campesinos y los demás
explotados. Con el afán de ocultar su servilismo con la gran propiedad
capitalista, dijo que los intereses de los capitalistas y los explotados
son los mismos, “pues todos tenemos propiedad privada, pequeña, muy pequeña,
mediana, grande”.
De este modo sentenció que si el Estado Plurinacional es de
todos y todos somos iguales, le corresponde ofrecer todo su apoyo a los
empresarios para que se fortalezcan y sigan haciendo crecer sus ganancias. Lo
que no dijo, obviamente, es que ese crecimiento de las ganancias es a costa de
mayor explotación de la fuerza de trabajo del obrero y del sometimiento en la
miseria de las otras clases explotadas.
La confesión cínica, que contradice el discurso “indigenistas” y hasta “socialista”
con que el MAS engañó a vastos sectores populares, especialmente a los
indígenas, no sólo se explicó por su propósito de ganar el apoyo de la burguesía
en las elecciones del 2014, sino que fue la consecuencia lógica de su
ideología y su política de contenido burgués, como lo había advertido el POR
desde un principio.
El discurso
incoherente sobre la Economía Plural, donde supuestamente los intereses del
gran capital y los intereses de los explotados convivirían en armonía, es el
taparrabos de la naturaleza burguesa del gobierno masista, por mucho que en la
composición del gabinete hayan algunos campesinos y obreros desclasados.
Evo decidió,
sin sonrojarse, demostrar que está dispuesto a entregarse en cuerpo y alma a
los empresarios bolivianos, a quienes calificó de “patriotas” porque, dijo, que
no repatrían sus utilidades e invierten en el país, a diferencia de los
empresarios extranjeros. Semejante alusión –que incluso utilizó de ejemplo a
los cooperativistas mineros, reconocidos como empresarios patriotas-, podría
considerarse un ataque a los intereses del capital monopólico extranjero y
hasta considerado como “antiimperialismo” por algunos “izquierdistas”
despistados.
Por otro lado, la corrupción en Bolivia no tiene parangón; ni siquiera en
la época de los neoliberales se incurrían en tantas aberraciones. Los gobiernos
llegaban al poder porque cuoteaban al aparato estatal y se distribuían los
ministerios, los más estratégicos iban a manos del que tenía mayoría (más
poder) y los demás partidos se quedaban con el resto; ésta situación generaba
un autocontrol porque se controlaban entre ellos, los unos a los otros. En
cuanto sabían de cualquier abuso, situación de corrupción o exceso, era
denunciado.
Sin embargo ahora todo el poder está en manos de un solo
partido y no existe ninguna forma de control; entre ellos se tapan todas las
matufias, si se oyen voces al interior es para alabarse y limpiarse el saco
entre ellos, es un club de amigos. Es por ésta razón que la corrupción llegó a
niveles extremos, y también es por esto que afirmamos que nunca se había visto
una situación así en Bolivia.
En este corto devenir histórico, Evo será recordado como una anécdota y competirá con Melgarejo en el salón de los politiqueros de la peor calaña. El experimento del MAS será apenas una variante populista de la democracia liberal, tan corrupta y ruin como las anteriores, y probablemente un capítulo más del célebre libro de Jean-Pierre Lavaud “Embrollo boliviano, Turbulencias sociales y desplazamientos políticos, 1952-1982”.
Para describir una de las causas del infortunio boliviano, en su libro Lavaud cita una frase formulada por Bautista Saavedra en 1920: “Toda nuestra historia no es sino el testimonio de este desequilibrio psicológico, de esta fractura interna dentro de la cual sólo triunfa la astucia criolla, el expediente curialesco, el ardid abogadil, sobre el imperativo moral y noble”.
Ochenta años después, en los albores del siglo XXI, Lavaud constata que en Bolivia las clases dominantes aún piensan que el “cholo vivo” es más apreciado que el hombre íntegro, y que el ladino vale más que el hombre honesto. “La revolución boliviana es, desde ya, un fracaso moral. Los nuevos amos del país, en lugar de dar ejemplo de austeridad y firmeza, se han otorgado privilegios a sí mismos, han fomentado la corrupción y derrochado la riqueza nacional”, dice Lavaud refiriéndose al MNR.
Lo tragicómico es que el “proceso de cambio” del MAS, en vez de expurgar esa mentalidad predadora, la ha convertido en una política de Estado.