Faltando cinco días para las próximas elecciones, resulta inexplicable que el caído en la eclosión social de octubre – noviembre se encuentre con ventaja en la preferencia del voto como la primera minoría y con la posibilidad de ganar en la primera vuelta. La existencia de un 20 % de indecisos y del voto oculto no deja dormir a Luis Arce y a Carlos Mesa, cuya diferencia del primero con referencia al segundo es de apenas un 6 % y con tendencia a acortarse la brecha, según las últimas encuestas.
En realidad, será muy difícil que todos los indecisos viren unitariamente en dirección de uno de los candidatos contrincantes, lo más probable es que se distribuyan entre los dos. Además, está el voto de los residentes bolivianos en la Argentina y el Brasil que juntos suman alrededor de 184.000 y que el MAS considera que le será mayoritariamente favorable. En caso de una segunda vuelta, Carlos Mesa, sin duda, tendría ventaja segura. No por mérito propio sino como “voto útil”, canal de expresión de la mayoría antimasista.
Sin embargo, no se trata de adivinar qué será lo que pase el
domingo 18, sino de prever la perspectiva de lo que va a ocurrir en este país
después de las elecciones. Es preciso partir de la evidencia de que la crisis
estructural del capitalismo es un fenómeno objetivo que se impone a las
semicolonias desde fuera. Lo que ha hecho la pandemia del COVID–19 es exacerbarla
al extremo poniendo en vilo a todo el planeta.
Esta situación pone en gran desventaja a los países
capitalistas atrasados como Bolivia porque sus consecuencias golpean más
duramente sobre ellos debido a que no tienen la suficiente grasa como para soportar
los horrores del hambre, la desocupación, la miseria generalizada, etc., porque
están condenados a extender la mano esperando que las metrópolis imperialistas
--que también están experimentando los rigores de esta crisis-- puedan acudir
con la ayuda necesaria para garantizar la sobrevivencia del sistema social que
se hunde irremediablemente.
De esta manera estamos viviendo la etapa de agonía del
capitalismo esperando que aparezca la partera que ayude a nacer al nuevo
régimen social basado en la propiedad social de los medios de producción.
Mientras no surja el proletariado como dirección política, estamos condenados a
soportar las consecuencias de la barbarie capitalista porque ésta, para
salvarse, está obligada a cargar todo el peso de la crisis sobre las espaldas
de la fuerza de trabajo y de las mayorías más pobres.
Es en este contexto que se realizan las elecciones en el
país donde los candidatos, en sus campañas electorales, prometen salvar a
Bolivia de la crisis económica de la manera más indolora posible. Los masistas
demagogos dicen que Lucho Arce tiene la experiencia y la sabiduría para
realizar semejante proeza porque no en vano ha sido “el mejor ministro de
economía del continente” por más de un decenio; los mesistas, a su turno,
acuden al argumento de que sólo Carlos Mesa puede devolverle al país la
institucionalidad democrática, destruida por el MAS durante sus 14 años de
gobierno, como requisito indispensable para resolver los problemas de la crisis
económica.
Ambos prometen poner en subasta el litio como una nueva
fuente de ingresos y juran que lograrán la gran concertación nacional con el
propósito de ponerle el pecho para salvar a Bolivia del hambre. Pura palabrería
demagógica para engañar a los incautos y arrancarles el voto. La propuesta de
la “concertación nacional” bajo el manto sutil de que todos (empresarios y
obreros, gobernantes y gobernados, campesinos y citadinos, cuentapropistas y
dependientes de un patrón, etc.) son responsables de contribuir para salir de
la crisis, encierra una trampa que el Estado burgués siempre ha tendido, de
manera recurrente, contra los explotados y oprimidos. Quiere decir que, durante
la crisis, está prohibida la lucha de clases, las movilizaciones sociales y
populares contra el hambre y la miseria. Nos están anticipando, ambos, que
descargarán sobre nuestras espaldas no sólo el garrote del hambre sino también
el de la represión policial y del ejército.
Lo ocurrido con los trabajadores de Vita en La Paz es apenas
un anticipo de lo que ambos harán si toman el control del aparato estatal. No
olvidar que la misión del próximo gobierno es salvar los intereses de los
empresarios privados y de las transnacionales imperialistas; para lograr ese
objetivo, deben acabar con toda forma de protesta social, domesticar a los
hambrientos por el camino del control de los sindicatos y las organizaciones
sociales como siempre lo ha hecho el MAS, y por el camino de la violencia
estatal masacrando a los revoltosos o encarcelando a los dirigentes que no se
vendan.
La necesidad de la independencia política de las
organizaciones obreras
Los sindicatos obreros frente al Estado burgués, que es la
expresión política de los intereses de la clase dominante, no deben –bajo
ninguna circunstancia– ser un instrumento de él o colaborar con él. Es
indispensable que las organizaciones obreras mantengan una total diferencia
respecto a los instrumentos de opresión de la clase dominante, hecho que
implica que el proletariado sea consciente de que sus intereses y objetivos son
diametralmente opuestos al de sus explotadores. Durante los 14 años del régimen
masista, la burocracia sindical y el gobierno han desarrollado la tramposa
teoría de que éste era un gobierno que representaba a los pobres y que, por
tanto, las organizaciones sindicales y populares ya estaban en el gobierno y
resultaba contrarrevolucionario esgrimir la consigna de la independencia
política. Evo Morales repetía que era un contrasentido impulsado por el
imperialismo que los trabajadores planteen la independencia política de sus
organizaciones sindicales con referencia de su propio gobierno.
No ha quedado totalmente superada esta impostura. La
alternativa de un próximo gobierno de la vieja derecha racista ha hecho
reverdecer, en alguna medida, en sectores laborales y populares, la idea de
que, pese a todo, el MAS es más próximo a los intereses de los trabajadores, de
todos los pobres de este país y particularmente de las nacionalidades
originarias cuyos exponentes ideológicos, hasta el final, no ha superado la
ilusión de que ya estaban en el poder al constatar que, en el Parlamento, en el
Poder Judicial y en el Ejecutivo estaban elementos con poncho y ojotas, con
guardatojos o polleras. Estos no han tenido la capacidad de descubrir que,
mientras los masistas manejaban los símbolos de los oprimidos y explotados
incrustados en el aparato estatal, Evo Morales y su pandilla desarrollaban una
política abiertamente propatronal y proimperialista; no en vano tuvieron los
poderosos agroindustriales del Oriente, los banqueros, los empresarios
industriales y mineros, las transnacionales imperialistas, su etapa de oro
donde acumularon inmensas fortunas en un período de aparente “bonanza y paz
social”.
A esta impostura se prestó la burocracia sindical
fuertemente aceitada de prebendas y mucho dinero para comprar sus conciencias.
Sólo así se puede explicar cómo un partido que en la víspera cae como
consecuencia de la presión de una eclosión social ahora siga encabezando la
mayor intención de voto y hasta la posibilidad de que pueda ganar raspando las
elecciones en la primera vuelta como primera minoría.
Importantes sectores de las masas no han concluido el
proceso de su emancipación política con referencia al MAS, su consciencia sigue
embadurnada con la impostura de que este partido es “popular” y hasta
“izquierdista”, opuesto a la odiada derecha racista, explotadora y prepotente.
Ahora, la gran dificultad que se yergue como un obstáculo para la conquista de
la independencia política de los explotados es que el proletariado no aparece
en el escenario como una clara referencia política para convertirse en la
dirección del conjunto de los oprimidos del país. Ya hemos dicho decenas de
veces, la clase revolucionaria no ha logrado superar las consecuencias de su
gran derrota durante el desarrollo de la crisis económica anterior que ha
significado la destrucción física y política del movimiento minero y el total
arrinconamiento del movimiento fabril.
Mientras el proletariado no retorne a su cauce revolucionario
y ejercite su independencia política, difícilmente las otras clases oprimidas
podrán ser asimiladas a la política revolucionaria, sus rebeliones terminarán
–fatalmente-- capitulando frente a las diferentes expresiones de la clase
dominante como, ahora, atrapadas por el neoliberal Mesa o el impostor MAS.
El proceso político posterior a las elecciones plantea la
siguiente disyuntiva: si gana Mesa las elecciones, la crisis económica
inevitablemente volcará a las calles a las masas hambrientas. La crisis interna
del MAS seguramente se profundizará aunque se esforzará en montarse en el lomo
del malestar popular para sobrevivir políticamente. Si el MAS ganara las
elecciones, ya no podrá contener el malestar social y se verá obligado a tomar
medidas cada vez más antiobreras y antipopulares, hecho que acelerará el
proceso de su total agotamiento.
La tarea fundamental es trabajar en el seno del proletariado
para que éste retorne a su política revolucionaria. La crisis económica que
exacerbe el malestar social será el escenario propicio para el trabajo del
Partido revolucionario.