Guillermo Lora

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diciembre 13, 2014

Destrucción social y caos mundial, esencia del imperio neoliberal


El verdadero objetivo histórico de la política exterior de EE.UU. es proteger los intereses de las grandes empresas. Esto, fundamenta Noam Chomsky con referencias documentales, es válido para  el análisis de la política estadounidense hacia América Latina y el Caribe, y es el trasfondo del conjunto de la política exterior estadounidense en todo el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, explica en el siguiente ensayo el periodista Alberto Rabilotta, colaborador de la agencia de noticias Prensa Latina.



Alberto Rabilotta / Montreal - Prensa Latina

Es difícil no sentir que el mundo, la humanidad y nuestra madre tierra están siendo empujadas a la catástrofe por el imperio neoliberal, o sea Estados Unidos (EE.UU.) y sus aliados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Esto es tan válido si hablamos de la naturaleza, de la acelerada extinción de especies y el recalentamiento global, como de las sociedades, o mejor dicho de lo que de ellas resta en tantos Estados-naciones que se han dejado o están siendo empujados a despojarse de toda soberanía nacional y popular.

Este caos actual es el producto de las políticas de un imperialismo que desde el derrumbe de la Unión Soviética trata de mantener un orden unipolar para instaurar mundialmente y sin alternativa de cambio el neoliberalismo, hacer realidad el “no hay otra alternativa” de Margaret Thatcher. Pero, como quedó demostrado cuando EE.UU. fue forzado a cambiar su política de agresión en Siria, a partir de septiembre de 2013, la unipolaridad ya no es posible no solo por el activo papel que juegan dos grandes potencias, como lo son Rusia y China, sino por la mayoría de países en el mundo que apoyan el retorno a un multilateralismo y se oponen a perder la soberanía nacional y popular que les permita adoptar sus propias políticas socioeconómicas e integrarse internacional o regionalmente de manera compatible con sus legítimos intereses nacionales.

La unipolaridad ya estaba comprometida por la constatación en el Oriente Medio, África y Asia de que EE.UU. y sus aliados provocan guerras que no ganan -Afganistán, Irak, Libia y Siria-, pero que siempre dejan caos, muertes, refugiados, miseria y destrucción económica y social. En 2011 los dos principales aliados del imperio en el Oriente Medio, Israel y Arabia Saudita, criticaron abiertamente a Washington por no haber lanzado una guerra contra Irán y haber permitido el derrocamiento del presidente Mubarak en Egipto, haciéndole llegar al presidente Barack Obama el mensaje de que “no se abandona a los aliados”.

Todo el mundo, y en primer lugar los aliados de Washington, saben que las guerras que lanzan EE.UU. y sus aliados no se ganan, que destruyen países, economías y sociedades, y dejan el caos. Desde Afganistán hasta Siria, pasando por Iraq y Libia -sin olvidar Pakistán, Sudán y otros países africanos-, solo han dejado destrucción, cruentas luchas entre comunidades religiosas y grupos étnicos, y cientos de miles de muertos, heridos y refugiados, y una gran miseria. EE.UU. no tiene nada de positivo que mostrar.

Hace casi dos décadas el economista ítalo-estadounidense David Calleo escribió sobre las fases de decadencia final de los imperios de Holanda e Inglaterra, calificándolas como “hegemonía explotadora”, en las cuales el imperio no tiene nada que ofrecer de positivo (desarrollo socioeconómico o seguridad militar, por ejemplo) a los países que domina y componen el sistema, incluyendo a la economía y sociedad del imperio, y entonces se dedica a exprimirlos a fondo, a vivir de las rentas que por todos los medios puede extraer de esos países. El imperio estadounidense se encuentra en esa fase.

Para muestra basta un botón: en una conversación privada el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, puso en claro que la alianza de su país con EE.UU. y la OTAN no los beneficia y que, al contrario, provoca peligrosos focos de tensiones con los países vecinos. Lo mismo debe estar pensando cualquier persona honesta que aún esté en el gobierno creado por el golpe de Estado en Ucrania, último país al que EE.UU. y sus aliados de la OTAN han llevado al borde de la guerra civil para provocar foco de constante confrontación con Rusia.

Al mismo tiempo, signo de que el imperio ya no puede controlar a todo el mundo durante todo el tiempo, en Latinoamérica y el Caribe se prosigue la creación de los mecanismos de integración regional y subregional, en los cuales EE.UU. no figura ni puede controlar. Por su parte el Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) sigue avanzando con sus proyectos de creación de un banco de desarrollo e instrumentos monetarios y financieros fuera del alcance de EE.UU. y del dólar, mientras que asistimos al reforzamiento de lazos económicos, comerciales y monetarios entre Rusia y China, entre otros procesos regionales en curso en Asia y Eurasia.

Nada de esto constituye en sí una alternativa anticapitalista, más bien la casi totalidad de países funcionan dentro de un sistema capitalista, aunque tengan importantes sectores estatales en la economía y puedan estar priorizando formas de propiedad social como sustituto a la propiedad privada en ramas de la economía. Pero, detalle clave, en prácticamente todos los países la intervención estatal en la economía es un hecho.

Asimismo, en todos esos procesos el regionalismo incluye la participación e intervención de los Estados, de sus instituciones y empresas, así como niveles de planificación sectorial en las áreas industriales, energéticas, comerciales y de servicios, y sistemas financieros y monetarios que se promete o avizora estarán fuera del control del imperio y sus aliados.

Una forma de regionalismo de este tipo como alternativa al “capitalismo universal”, lo que hoy llamamos neoliberalismo, fue propuesto por el intelectual húngaro Karl Polanyi en 1945. Pero aún no siendo una alternativa socialista o anticapitalista, es claro que estos procesos regionales y multilaterales constituyen una formidable barrera a los planes del imperio, una barrera que el imperialismo está tratando de derribar con todos los instrumentos a su alcance, como la ofensiva para concluir rápidamente y en el más completo secreto los Acuerdos de “última generación” -el Acuerdo Transpacífico de Asociación económica, la Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversiones y el Acuerdo sobre el comercio en servicios-, o tratando de entorpecer los acuerdos regionales a través de los políticos, burócratas, profesionales y empresarios que están al servicio del imperio.

Los mencionados Acuerdos tienen por objetivo la eliminación de la soberanía nacional y la sujeción de los Estados signatarios a respetar los términos de esos tratados negociados en secreto, que respetan una sola ley, la de EE.UU., e incluyen mecanismos por los cuales los Estados que no respeten los términos pueden ser llevados ante tribunales de arbitraje por los monopolios. Esos Estados pasan a ser garantes de las inversiones de los monopolios extranjeros para apropiarse de los sectores económicos que les interesan, incluyendo los que dejarán los Estados al privatizar los servicios públicos.

Pero esos Acuerdos no son cosa hecha porque el rechazo crece en las poblaciones que no quieren abandonar sus legítimos sentimientos e intereses nacionales, y en los intereses capitalistas locales que saben que serán aplastados por los monopolios extranjeros. Y mientras que el regionalismo avanza, en la Casa Blanca y el Congreso de Washington no les queda otra alternativa que aferrarse a seguir creyendo que el imperio es invulnerable y puede seguir actuando, él y sus aliados estratégicos, con la impunidad que les dio el (relativamente breve) orden unipolar. Es en este contexto que tiene su dimensión el discurso del presidente ruso Vladimir Putin ante los embajadores de Rusia, el 1 de julio, donde les recordó que EE.UU. está aplicando a su país la misma política de “contención” que durante la Guerra Fría aplicó contra la Unión Soviética, y que esperaba que el pragmatismo prevalecerá, que los países occidentales se despojarán de ambiciones, de tratar de “establecer cuarteles mundiales para organizar todo acorde a rangos, e imponer reglas uniformes de comportamiento y de vida de la sociedad”.

Putin señaló que los diplomáticos rusos saben cuán dinámicos e impredecibles los acontecimientos internacionales pueden a veces ser. Parecen haber sido presados juntos de una sola vez y por desgracia no son todos de carácter positivo. El potencial de conflicto está creciendo en el mundo, las viejas contradicciones se agudizan y otras nuevas están siendo provocadas. Muy seguido nos encontramos con este tipo de situaciones, a menudo de forma inesperada, y observamos con pesar que el derecho internacional no está funcionando, que las leyes internacionales no funcionan, que las elementales normas de decencia son descartadas y que triunfa el principio de todo-está-permitido...

Es tiempo de que reconozcamos el derecho de los demás a ser diferentes, el derecho de cada país a construir su vida por sí mismo, no por las avasallantes instrucciones de algunos (...) el desarrollo global no puede ser unificado, pero podemos y debemos buscar un terreno común, ver socios en cada uno de los demás, no rivales, y establecer cooperación entre los Estados, sus asociaciones y las estructuras integradas.

Y refiriéndose a los conflictos que asolan varias regiones del mundo, Putin subrayó que el mapa mundial tiene de más en más regiones donde las situaciones están crónicamente enfebrecidas, sufriendo de un “déficit de seguridad”.

Resumiendo, para un observador que no haya perdido la memoria histórica, lo que Putin dijo no es más que una explicación a los diplomáticos de Rusia de la conclusión a la que el pueblo ruso, y al menos una parte de sus dirigentes, han llegado después de haber sufrido la experiencia de la Perestroika y la aplicación brutal de las políticas neoliberales, y de vivir la experiencia actual de cómo se comporta el imperialismo estadounidense cuando un pueblo quiere buscar su propia vía, aun dentro del capitalismo, sin menospreciar que todo eso debe haber ayudado a revivir lo que el imperialismo buscó enterrar: las enseñanzas de Lenin sobre el imperialismo.

No es tan fácil borrar la memoria histórica de los pueblos, y mientras eso pensaba leí el artículo “Una mirada al pasado” de Ricardo Alarcón de Quesada, ex presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, que concluye con la siguiente frase: Al volver la mirada hacia aquellos años soñadores viene a la mente la advertencia de William Faulkner: “El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado” (publicado en la revista chilena Punto Final, edición nro. 807 del 27 de junio de 2014).

En un reciente análisis titulado “America’s Real Foreign Policy - A Corporate Protection Racket”, el intelectual estadounidense Noam Chomsky describe el verdadero objetivo histórico de la política exterior de EE.UU.: proteger los intereses del sector de las grandes empresas con un "nacionalismo económico (un proteccionismo que) depende en gran medida de la intervención estatal masiva”, y por eso en regla general se ha opuesto por todos los medios a que los demás países tengan políticas de “nacionalismo económico”.

Esto, fundamenta Chomsky con referencias documentales, es válido para toda el análisis de la política estadounidense hacia América Latina y el Caribe, y es el trasfondo del conjunto de la política exterior estadounidense en todo el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando el sistema mundial que iba a ser dominado por EE.UU. fue amenazado por lo que los documentos internos llamaban “regímenes radicales y nacionalistas”, que responden a las presiones populares para un desarrollo independiente.

Lo que documenta Chomsky se encuadra con lo que en 1945 anticipaba Karl Polanyi, de que EE.UU. “ha sido el hogar del capitalismo liberal del siglo XIX y es lo suficientemente poderoso para proseguir solo la utópica política de restaurar el liberalismo”. Y, en ese sentido y con todas las limitaciones que conlleva, el regionalismo es por ahora el principal frente antimperialista, y el otro tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones políticas, sindicales y sociales.

Es el imperialismo neoliberal de los “neocons”, estúpido

Sé que este título no es original, pero no importa. Lo esencial en un momento crucial para la historia humana y la existencia del planeta, como es el actual, es nombrar las cosas y ponerlas en su lugar, para poder guiarnos en un terreno minado con subversiones para derribar gobiernos progresistas y provocaciones para lanzar guerras, y todo esto en medio de la densa bruma de desinformaciones y de una propaganda que nos quiere acondicionar a ver a Rusia y a otros países como amenazantes e intratables “enemigos”, justificando de esa manera la ofensiva del imperialismo estadounidense y sus aliados de la OTAN para crear en las relaciones internacionales un clima de confrontación similar al de la Guerra Fría con la (ex) Unión Soviética, o mucho peor si uno incluye en este análisis los siniestros mensajes que militares, funcionarios o “analistas” de los think tanks del complejo militar-financiero-industrial dejan caer, insinuando que con los sistemas antimisiles de Estados Unidos, una guerra nuclear contra Rusia es “ganable”.


Pero antes, para definir la utopía (que en la realidad es una distopía o antiutopía) del imperio neoliberal, les propongo a los lectores hispanos ir al “mataburros” de la Real Academia de la Lengua Española, para consultar las trece palabras que comienzan por el prefijo “omni”, o sea todo en latín. De las trece hay cuatro que definen en primera instancia los atributos o poderes exclusivos de Dios. Lo que figura en itálicas es la versión del diccionario, lo que sigue es lo que se atribuye o busca realizar el imperio neoliberal liderado por EE.UU.

Omnímodo, da: que lo abraza y comprende todo. Hasta la llegada del neoliberalismo este era un atributo exclusivo de Dios. Pero como la esencia del capitalismo neoliberal es universalizarse, abarcar absolutamente todo y no dejar otra alternativa, como decía Margaret Thatcher, ser omnímodo es el objetivo que se fija el imperialismo neoliberal al buscar la dominación global y total.

Omnipotencia: Poder omnímodo, atributo únicamente de Dios // 2. Poder muy grande. En su segunda acepción la omnipotencia es un poder terrenal muy grande pero no omnímodo, por lo cual nos quedamos con la primera para definir el objetivo actual del imperio estadounidense, cuyo potencial militar puede borrar la humanidad de la faz del planeta, porque incluye las armas nucleares y las más avanzadas armas convencionales y no convencionales utilizables a partir de unas mil bases militares localizadas en EE.UU. y en 130 países extranjeros.

Este poder es posible por la omnipresencia militar de EE.UU. en todas las regiones del mundo, por sus alianzas militares colectivas (OTAN, NORAD) y los tratados de defensa bilaterales, como con Japón, por ejemplo. La omnipotencia es también un poder de vida o muerte, como el que se otorgó el Presidente Barack Obama sobre ciudadanos de su país o extranjeros, de poder actuar unilateralmente en cualquier situación: arrestar y secuestrar en otros países a ciudadanos extranjeros para juzgarlos en EE.UU.; reconocer o desconocer referendos y gobiernos (Kosovo si, Crimea no); bombardear con drones y matar a civiles, invadir o bombardear países (Serbia, Libia, Siria, Iraq...).

En el campo de la actividad económica el imperio neoliberal busca alcanzar la omnipotencia mediante la aplicación universal de la ley estadounidense, sea directamente (el juez Thomas Griesa proporciona un buen ejemplo con su decisión sobre los “fondos buitres”), por medio de acuerdos bilaterales o multilaterales, y fundamentalmente a través de las instituciones multilaterales que asumen el papel de guardián de este orden.

Omnipresencia: Presencia a la vez en todas partes, en realidad condición solo de Dios. // 2. Presencia intencional de quien quisiera estar en varias partes y acude deprisa a las partes que lo requieren. De nuevo, la segunda acepción es terrenal e insuficiente para definir la ambición divina del imperio, que en efecto es “ubicuo” a través de la sociedad de consumo, de los avances en las telecomunicaciones y de su control sobre los concentradísimos medios de difusión. Es omnipresente porque está en todas partes y pantallas al mismo tiempo, engañando, desinformando, o mintiendo con su propaganda. Con sus satélites espías, el GPS incorporado en teléfonos portátiles, autos y demás equipos electrónicos, y a través del espionaje electrónico total, que incluye a sus más fieles y cercanos aliados, el imperio puede observarnos día y noche gracias a la NSA y sus asociados estatales y privados. Nuevamente, la lista es larga y se alarga.

Omnisciencia: Conocimiento de todas las cosas reales y posibles, atributo exclusivo de Dios // 2. Conocimiento de muchas ciencias o materias. De nuevo, la primera acepción es más pertinente para describir la ambición imperial de espiar a todo el mundo para saber todo sobre sus ideas, sus gustos y sus debilidades, y robarse los secretos industriales y comerciales, como reveló Edward Snowden. La búsqueda de omnisciencia ha llevado en EE.UU. a una sociedad “orwelliana”, pero sirve fundamentalmente para explicar los enormes presupuestos de la investigación científica y tecnológica destinada a que el Pentágono siempre disponga de nuevas y más poderosas armas que asegure la omnipotencia del imperio.

Entre otros aspectos, el atributo divino de la omnisciencia permite mantener -gracias a la obsolescencia programada por las industrias, copia terrenal del atributo de Dios que nos hizo mortales-, un flujo constante de (inútiles) mercancías que, con la aplicación del sacralizado “derecho de propiedad intelectual” omnipresente en los tratados comerciales, es una fuente inagotable para la extracción de rentas en beneficio de los monopolios, se llamen Monsanto o Microsoft.

LA UNIPOLARIDAD SE LE ESCAPA DE LAS MANOS

La creación de un frente de confrontación con Rusia a partir del golpe de Estado en Ucrania, y la decisión de volver a intervenir unilateralmente en Siria -armando a los "rebeldes moderados" que serán los próximos extremistas, como siempre sucedió-, y bombardear las posiciones de los extremistas islámicos que buscan imponer el Estado Islámico o Califato en Iraq y Siria, se confirma que EE.UU. está actuando muy peligrosa e irracionalmente.

Son muchos los observadores bien calificados en materia de relaciones internacionales y los sistemas mundiales que están desconcertados ante la ausencia total de racionalidad en política imperial. No es posible no pensar, como muy bien plasma el sociólogo estadounidense Immanuel Wallerstein, que EE.UU. "se encuentra en seria decadencia. Todo les está yendo mal. Y en el pánico, son como el conductor de un poderoso automóvil que ha perdido el control y no sabe cómo disminuir la velocidad. Así que acelera y se encamina hacia un choque importante. El carro gira en todas direcciones y patina. Es autodestructivo para el conductor, pero el choque también puede acarrearle un desastre al resto del mundo".

En efecto, como escribe Alexander Reid Ross, "es verdad aunque sea muy triste. La segunda Guerra Fría ya salió a la superficie. Los think tanks están zumbando con datos para encontrar la mejor manera de aniquilar el mundo". Este escenario es francamente temible pero realista si recordamos que la disuasión que impidió que se llegara a la guerra "caliente" y al uso de armas nucleares durante la tensa Guerra Fría entre EE.UU. y la Unión Soviética, fue posible porque las cúpulas políticas y militares de ambos campos, marcadas por la experiencia no lejana de la Segunda Guerra Mundial, actuaban racionalmente y harían lo posible para no tomar decisiones con costos inadmisibles.

Una disuasión basada en la doctrina de la "destrucción mutua" es ahora totalmente irrealista porque, como se ha visto, los neoconservadores del Project for the New American Century incubados en el Pentágono bajo la presidencia de George Bush (padre), siguen desde entonces incrustados en los equipos que controlan la agenda de la estrategia política de EE.UU., la cual solo puede ser definida como un irracional (o mesiánico) intento de dominar militarmente el mundo, a no importa que costo, para que el imperio neoliberal se universalice y la hegemonía sea irreversible.

El plan de hegemonía militar que sustenta la ambición imperial fue bien explicitado en el borrador del documento Defense Planning Guidance for the 1994-99 del Pentágono, redactado entre 1990 y 1992 -cuando la Unión Soviética estaba ya derrumbada- bajo la dirección del Subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz que seguía las orientaciones del entonces Secretario de Defensa, Dick Cheney.

En ese documento secreto, según la reseña que en 1992 hicieron el Washington Post y el New York Times, se afirma que "no es de nuestro interés o de las otras democracias el retornar a períodos anteriores en los cuales múltiples poderes militares se balanceaban unos a otros dentro de lo que pasaban por ser estructuras de seguridad, mientras la paz regional, o incluso global, estaba en la balanza".

Wolfowitz y Cheney resaltan en ese borrador la necesidad de "una garantía unilateral de defensa de EE.UU." a los países de Europa Central, "preferiblemente en cooperación con las naciones de la OTAN", y contemplando el uso del poder militar de EE.UU. para "prevenir o castigar" el uso de armas nucleares, biológicas o químicas, "incluso en conflictos que no comprometen directamente a los intereses de EE.UU.". Esa es actualmente la política de Obama.

La versión original de ese documento del Pentágono, según el reporte citado, "excluye" que como parte de una estrategia pos-Guerra Fría se acepte la existencia de un "súper-poder rival", y "propugna la perpetuación" de un sistema unipolar "en el cual Estados Unidos actuará para prevenir el ascenso de cualquier competidor en su primacía en Europa Occidental y el Este de Asia (enfocando incluso) sus energías para contener las aspiraciones de liderazgo regional de Alemania y Japón".

En ese documento se formula que "una consideración dominante y subyacente a la nueva estrategia de defensa regional es que actuemos para prevenir que cualquier poder que nos es hostil alcance un poder dominante en una región cuyos recursos pueden ser suficientes, bajo un control consolidado, para generar poder global. Esas regiones incluyen a Europa Occidental, Asia Oriental, el territorio de la ex Unión Soviética y el Sudeste de Asia". Nuevamente, esa es la política de Obama.

En un análisis de la "gran estrategia pos-Guerra Fría" de EE.UU., desde Clinton a Obama (que como vimos fue en realidad plasmada por el dúo Wolfowitz-Cheney), Bastian van Apeldoorn y Naná de Graff retoman la definición de William Appleman Williams (2009) sobre un imperialismo estadounidense orientado a establecer una hegemonía global a través de la creación de un orden mundial liberal de puertas abiertas al capital de EE.UU.

¿QUÉ HA CAMBIADO EN EL MUNDO?


Para ver qué ha cambiado en el mundo habría que hacer la historia de la resistencia de los pueblos al persistente intento del imperialismo para imponer a escala mundial las políticas neoliberales, algo imposible en este artículo, aunque quizás podamos señalar algunos hitos, como las fuertes movilizaciones en todo el mundo para impedir la adopción del Acuerdo Multilateral sobre Inversiones (AMI) en 1998; las fuertes manifestaciones de protesta en Seattle, EE.UU. en 1999 contra la Organización Mundial del Comercio (OMC); las protestas que marcaron la Cumbre de las Américas en Quebec, en el 2001, donde el presidente Hugo Chávez ya veía, como me dijo cuando lo entrevisté en esa oportunidad, que el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA) dependería no de las decisiones de los gobiernos "sino de los congresos, de las asambleas, y en el caso venezolano incluso de un referendo. Estoy casi seguro que en Venezuela habrá que hacer un referéndum, por el modelo democrático participativo".

Es así que el rechazo al ALCA fue consolidándose para plasmarse en el 2005 gracias a la naciente unidad latinoamericana que se manifiesta en la cumbre de Mar del Plata, bajo la presidencia del mandatario argentino Néstor Kirchner. Si América latina fue la vanguardia en esta lucha, ello obedece a que Sudamérica fue la región donde esas políticas de liberalización se experimentaron a partir de los años 60 y 70 mediante los golpes de Estado o los gobiernos de las oligarquías entreguistas desmontaran las políticas de intervención estatal en las economías, privatizaran las empresas estatales y entregaran nuestros países para que las oligarquías locales y extranjeras "se los comieran crudos", con los conocidos resultados a partir de los 80: países desindustrializados, endeudados y sumidos en graves problemas económicos y financieros, con nuestras sociedades aplastadas por el desempleo, la exclusión social y la pobreza.

Otro hito importante de la "debacle" imperial fue la gran crisis financiera y económica del 2008-2009, cuyas consecuencias económicas, financieras, sociales y políticas aún persisten. Y otro muy importante es el comienzo de cristalización de los intentos de integración de los países emergentes -con el BRIC-BRICS (2009-2010), y a nivel regional con la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (2008), de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en el 2011 y la celebración a finales del 2013 de la primera cumbre de esta organización que excluye a EE.UU. y a Canadá.

En el plano político internacional la credibilidad del supremo imperio es cuestionada en el 2011 por sus dos principales aliados en el Oriente Medio, Israel y Arabia Saudita, los que critican públicamente a Obama por haber permitido el derrocamiento del presidente egipcio Hosni Mubarak, a lo cual se suma el resultado final de la operación en Libia para derrocar al presidente Muhammad Gadafi, asesinado después de haber sido capturado vivo, o sea la consecuente destrucción de la sociedad e infraestructura de ese país y la explosión de guerras que desde entonces libran las "democráticas" facciones de los extremistas islámicos.

Le sigue el fracaso, en el 2013, de la operación militar para derrocar al presidente sirio Bashar al Assad. Este fue el signo de la imposibilidad de seguir forzando la creación de esa hegemonía: el 30 de agosto del 2013 el Parlamento británico se niega a permitir que el gobierno conservador participase en el bombardeo de Siria, y pocos días más tarde, en la cumbre del G20 de San Petersburgo, el anfitrión ruso Vladimir Putin, apoyado por China y otros países del G20, plantea en ese foro de temas económicos que una solución militar a la crisis en Siria no es aceptable. Forzado por las iniciativas de Rusia y de Siria, Obama se ve llevado a optar por la negociación, reconociendo de hecho que el mundo unipolar ya no funcionaba.

El sentimiento de que la unipolaridad se había volatilizado se fue reforzando a comienzos del 2014 por la consolidación del proceso de formación de bloques regionales en Eurasia y en América latina y el Caribe, con políticas que incluyen la participación de los Estados en la planificación económica, en la conducción de las políticas monetarias y crediticias, para independizarse de la hegemonía neoliberal. En ese marco hay que ubicar las exitosas giras de los presidentes de Rusia y China por países de América latina -que dieron lugar a la firma de importantes acuerdos económicos, comerciales y de inversión-, y de sus conversaciones con CELAC y UNASUR en el marco de la reunión de los países del BRICS en Brasil.

¿UN SEPTIEMBRE DEMOLEDOR PARA EL IMPERIO NEOLIBERAL?
Otro capítulo importante de la crisis del sistema unipolar, que puede llegar a sacudir el "estado de derecho" neoliberal, es el reemplazo de ese "estado de derecho" basado en la aplicación de la ley estadounidense por un "marco jurídico multilateral" de Naciones Unidas.

Esa lucha ya comenzó en lo tocante a la deuda soberana, cuando el 9 de septiembre pasado la Asamblea General de la ONU aprobó por 124 votos a favor, 41 abstenciones y 11 en contra, el proyecto de resolución presentado por la República Argentina para crear un "marco jurídico multilateral para los procesos de reestructuración de la deuda soberana", tarea que deberá ser completada antes de que finalice el actual período de sesiones, en septiembre del 2015.
Mientras tanto el Congreso argentino aprobó, el pasado 11 de septiembre, la Ley de Pago Soberano, y este 24 de septiembre la presidenta Cristina Fernández de Kirchner tomará la palabra ante la Asamblea General de la ONU para defender la posición de la mayoría de más de dos tercios de países.

En esta oportunidad la Presidenta argentina llegará con el apoyo moral del Papa Francisco -con quien almorzó el sábado 20 de septiembre-, que "en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium ya fijó su postura sobre este tema, criticando la idolatría del dinero y los “mecanismos sacralizados del sistema económico imperante”, que fomentan la desigualdad y “niegan el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común”, como recuerda la periodista Victoria Ginzberg (Un almuerzo no apto para especuladores, Página/12, 20-09-2014).

Sobre la iniciativa de Cristina Fernández en la ONU el analista Luis Bruschtein escribe que forma parte de los movimientos que han llevado a la conformación de "agrupamientos, más que bloques, muy heterogéneos en lo ideológico, pero que se reúnen a partir de problemáticas comunes. Son nuevos mecanismos geopolíticos que expresan los conflictos del mundo contemporáneo y que han reemplazado y/o sumado a las formas más ideológicas de otras épocas" (Página/12, Ovejitas en el prado, 20-09-2014).

En otras palabras, la realidad del mundo actual niega la posibilidad de un retorno a la hegemonía unipolar que los neoconservadores como Wolfowitz y Cheney planteaban hace más de dos décadas, pero el sentimiento de omnipotencia que prima en Washington y en la OTAN nos puede llevar a un desastre mundial, como advierte Wallerstein.

El antimperialismo y el “ser o no ser” de la izquierda


En el artículo "Destrucción social y caos mundial, esencia del imperialismo neoliberal" planteábamos que los procesos de integración regional en Latinoamérica y Eurasia con la participación activa de los Estados y sus instituciones, aun con las limitaciones que conllevan al inscribirse en una estrategia que no se plantea la salida del capitalismo, es por ahora el principal frente antimperialista. Y concluíamos señalando que el otro frente antimperialista, el que el presidente boliviano Evo Morales pidió a la Federación Sindical Mundial, "tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones políticas, sindicales y sociales".

Evo Morales dio en el clavo al pedir la identificación de "los instrumentos actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo" a fin de poder elaborar "una nueva tesis política para liberar a los pueblos del mundo" que sobrepase "las reivindicaciones sectoriales para ahondar la crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que las oligarquías y jerarquías".

Esta identificación es crucial porque el imperialismo neoliberal es más que la suma de sus partes conocidas y visibles, como la OTAN y las miles de bases militares de Estados Unidos (EE.UU.) presentes en todo el mundo, o los acuerdos de libre comercio y la protección de las inversiones. Este es un sistema de dominación mucho más elaborado, destructivo y totalitario de lo que aparenta, y que gracias a la conspicua sociedad de consumo, al control de los medios de comunicación y a la promoción de un individualismo antisocial, posee la capacidad de "colarse" por todos lados, de contaminar las culturas para destruir toda capacidad de oposición. Y la lista de sus nefastas consecuencias es demasiado larga como para continuarla en este artículo.

Por eso la "inteligencia social" de los pueblos, y de la izquierda, debe ser dirigida a pensar, analizar y formular, en sus ámbitos respectivos, las buenas preguntas que nos guíen en la búsqueda de la verdadera imagen del imperialismo neoliberal y que identifique a sus aliados, así como las clases y grupos sociales que son las víctimas principales y deben ser protagonistas en esta lucha.

Que designe los aspectos estratégicos que deben constituir los objetivos principales, y a partir de ahí construir una estrategia antimperialista para librar las luchas en los diferentes frentes, las que ya están librando los pueblos de la actual o pasada periferia y las extremadamente importantes que tienen que librar los pueblos de los países centrales del imperio, y asegurar que ambas confluyan en el objetivo común de superar el capitalismo.

Al emprender esta tarea, debemos entender que un "regionalismo" que incluya la intervención de los Estados para desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías nacionales, sean se propiedad estatal, privada o social, permitirá seguir resolviendo los problemas de atraso, pobreza y exclusión social y económica que dejó el subdesarrollo creado por la dependencia y que agravó la experimentación de las políticas neoliberales, como es el caso en la mayoría de países de Latinoamérica y el Caribe.

En el caso de Rusia -y otros países de la ex Unión Soviética-, este tipo de regionalismo, y más aún si se complementa con uno que incluya a China y otros países de Asia-, permitirá desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías y la reconstrucción de los Estados e instituciones destruidos o desmantelados por la aplicación de las recetas neoliberales a partir de los años 90, las cuales provocaron el empobrecimiento masivo de pueblos que habían alcanzado buenos niveles de vida, de seguridad y de justicia social.

China es un caso y ejemplo particular para el desarrollo del regionalismo planificado porque es un país que se proclama socialista y donde se combinan la propiedad estatal socialista -dominante en sectores básicos- con la propiedad privada de tipo capitalista -preponderante en muchas ramas de la economía-, y nichos de propiedad comunal.

Como tal China ha logrado que la entrada del neoliberalismo (a través de las empresas transnacionales o los acuerdos comerciales) no debilitara de manera notable las capacidades del Estado o de sus principales instituciones y empresas, continuando así una política de defensa del Estado central que en ese milenario país tiene una muy larga historia.

La política china de hacer respetar los controles estatales por las filiales de las empresas transnacionales en el país logró, como señalaban los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly Silver, que en EE.UU. dudaran de la "fidelidad" de estas filiales hacia los intereses estadounidenses (Caos y orden en el sistema-mundo moderno, Ediciones Akal, 2001). En ese sentido se pueden interpretar los objetivos de la inserción de países socialistas con una larga y fiel tradición antimperialista, como Vietnam o Cuba, en procesos de integración regional que implican una apertura al mercado y el capital extranjero.

Varios analistas avizoran que las recientes negociaciones entre Rusia y China para aumentar la cooperación, el comercio y las inversiones, así como efectuar los intercambios en sus monedas nacionales a fin de escapar al dominio del dólar -objetivo que figura en la agenda del Brics-, creará una masa crítica para la expansión del regionalismo con una robusta intervención estatal hacia países como Irán, India y Pakistán, creando o fortaleciendo los vínculos con la integración regional en Latinoamérica y el Caribe, y tal vez propiciando algo similar en África, como era el objetivo del líder libio Muammar el Gadafi, y probablemente la razón para su derrocamiento y asesinato en 2011 por las fuerzas combinadas de Francia, Gran Bretaña y EE.UU.

Empero, todo esto depende de que estas experiencias de regionalismo se concreten y muestren resultados en la vida de los pueblos, y que resistan a los torpedos cotidianos de los agentes del imperialismo neoliberal en esos países y a las agresiones económicas, financieras, subversivas o militares del imperialismo y sus aliados desde el exterior.

Un aspecto esencial de todas estas experiencias de integración regional, que vale destacar, es el manifiesto interés -visible en los discursos de muchos gobernantes, entre ellos de Vladimir Putin-, de "reincrustrar" o de mantener "incrustadas" las economías en las sociedades, o sea que las economías vuelvan a estar o se mantengan subordinadas a las sociedades, y en ese sentido este es un ataque a un punto central del imperialismo neoliberal, que la primera ministra británica Margaret Thatcher definió con claridad en 1987, cuando dijo que "there is not such thing as society", o sea que, "como tal la sociedad no existe", requisito para hacer efectivo el lema neoliberal de que "no hay otra alternativa" a este sistema, también enunciado por la señora Thatcher.

Pero hay que aclarar que la garantía de que estas integraciones regionales serán algo más que una episódica "resistencia antimperialista" dependerá de la participación y presión social y política para que el desarrollo se dirija hacia los objetivos sociales más amplios posibles, para que se creen las democracias participativas que permitan defender y profundizar las políticas antimperialistas, tarea esta que por intereses de clase deben llevar a cabo las organizaciones sociales, laborales y políticas del pueblo trabajador, los estudiantes y todos los sectores sociales que han sido, están siendo o podrán ser las víctimas principales de la aplanadora neoliberal.

ANTIMPERIALISMO EN PAÍSES CENTRALES DEL CAPITALISMO

Con el imperialismo neoliberal ha quedado en claro y fuera de discusión que el conjunto de las clases que viven de un ingreso laboral en EE.UU., los países de la Unión Europea (UE) y otras naciones del campo imperialista, están perdiendo rápidamente lo conquistado durante la breve era (1945-1975) del Estado-benefactor.

El desempleo y la exclusión social aumentan, ya prácticamente nadie tiene seguridad laboral y el empleo a tiempo parcial y mal pagado es la norma. Y estamos asistiendo a un fenómeno nunca visto, el de una generación de jóvenes con elevados niveles de conocimientos que en gran parte quedará fuera del mercado laboral, y de retirados cuyas pensiones bajan o están amenazadas de desaparición.

Esto es resultado de políticas aplicadas en los países del capitalismo avanzado para seguir acumulando la riqueza social en muy pocas manos, lo que provoca las obscenas disparidades de ingresos que todos conocemos, mientras que en la práctica nunca ha sido tan grande la capacidad de producir los bienes y servicios socialmente necesarios, gracias al enorme desarrollo de las fuerzas productivas.

Las transnacionales de los países centrales del imperio proporcionan cada vez menos empleos y pagan menores salarios en las sociedades en las cuales se formaron y transfieren sus operaciones a las filiales que han creado en cercanos o lejanos países, donde emplean a trabajadores mal pagados.

De esas operaciones proviene alrededor de la mitad de las ganancias de estas empresas, que llegan como renta diferencial -la plusvalía producida en otro país llega como renta diferencial- a los dueños de los monopolios y las transnacionales. Esto explica el aumento de las ganancias de las trasnacionales, y la pérdida trabajos asalariados es la clave de la baja de la demanda final y del bajo crecimiento de la economía real en los países centrales.

No es necesario explicar los dramas sociales que viven las mayorías en los países del capitalismo avanzado. Las derechas y las izquierdas lo conocen y en su superficie lo detallan frecuentemente, pero lo que asombra es la falta de análisis más profundo sobre "el cambio estructural en el modo de producir del capitalismo y sus efectos en la sociedad, en el sistema político", que hace décadas André Gorz y otros más describieron, y que poco o nada influyeron en el pensamiento y los programas de las principales fuerzas de la izquierda.

Sin embargo, es en estos países donde el capitalismo industrial se topó ya con las barreras sistémicas que lo están haciendo "saltar por los aires", donde ya no puede reproducirse en tanto que tal y como sociedad, como Karl Marx planteaba, y "donde ya existen las condiciones económicas y sociales para cambios radicales, por no nombrar lo que muy raramente se nombra, para llevar a cabo la revolución social que complete la salida del capitalismo en todas sus formas".

Y si de revolución social se trata, porque el capitalismo dominante ya no tiene absolutamente nada que ofrecer de positivo a las sociedades y pueblos de los países del capitalismo central, es grave constatar la ausencia de una clara política antimperialista que lleve nombre y apellido en los discursos y programas de los partidos de la izquierda radical, porque el imperio neoliberal de EE.UU. tiene muchos socios dispuestos a participar en el saqueo, como se ha visto con la activa participación de países de la UE en las agresiones militares en Libia y Siria, del apoyo de la UE en las sanciones y hostigamiento de Irán, y ahora el apoyo al golpe de Estado con ayuda de los neonazis en Ucrania.

¿Y qué decir del apoyo o del cómplice silencio de partidos de la izquierda radical ante estas políticas de países de la UE o directamente de la UE? La UE es un proyecto neoliberal que aplica el neoliberalismo a ultranza en los países que la componen, y es parte del imperio neoliberal. Su política exterior, como la de Japón y otros aliados del imperio, está dirigida a tratar de apropiarse de la mayor parte posible del "pastel" de la explotación mundial, y prosiguiendo ese objetivo algunos países de la UE o la UE en sí misma están creando o agravando los conflictos que están destruyendo las economías y las sociedades muchos países del Oriente Medio y África.

Esto, en lugar de ser denunciado y combatido como parte de una política para luchar contra las políticas imperialistas "dentro de casa", primer escalón para combatirlo a escala internacional, brilla por su ausencia o no tiene el lugar que debería tener en los programas y la práctica política de muchas fuerzas y partidos que se definen como parte de la izquierda radical.

De ahí la importancia de definir una estrategia antimperialista que incorpore esta realidad, que borre las vergonzosas claudicaciones ideológicas del pasado y asuma plenamente las teorías revolucionarias, para que esta estrategia antimperialista se convierta en la guía y la herramienta que oriente las luchas políticas y sociales en lo interno y lo externo, y haga renacer una efectiva solidaridad internacional.

En síntesis, construir una política antimperialista lúcida y radical, que nombre a las cosas por su nombre, es la cuestión del "ser o no ser" para las izquierdas y demás fuerzas que luchan o dicen luchar, en esta etapa crucial de la humanidad y de nuestra madre tierra, para poner fin al imperio neoliberal antes de que destruya definitivamente las sociedades y el planeta.

* El autor es colaborador de la agencia de noticias cubana Prensa Latina.

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