Guillermo Lora

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octubre 30, 2016

El agotamiento del Estado burgués y la caída estrepitosa de un ídolo de barro

(MASAS-ML).- El oficialismo masista necesita de la construcción de un gran aparato de símbolos con la finalidad de mantener latente la fidelidad y el apoyo de grandes sectores de los pobladores de campo, uno de los pilares de esa construcción es que en este mundo capitalista decadente lo único que queda como reserva moral son los valores del movimiento campesino – originario, cuyo representante natural es el presidente indígena Evo Morales. Las cumbres que el gobierno ha organizado con gran derroche de recursos económicos y un aparato publicitario impresionante estaban orientadas a mostrar a Evo Morales como el líder universal de los indígenas del planeta, se ha esmerado en traer delegaciones de indígenas de todos los continentes y países ataviados de sus vestimentas originarias y resaltando su expresiones culturales.
 
En esta línea, por ejemplo, en tres oportunidades, se han hecho dos posesiones del presidente indígena, una llena de simbología originaria en Tiwuanacu donde curiosamente es coronado como un monarca con corona, cetro y capa real, vestido a la usanza de los incas del pasado; otra, al gusto de los k’aras, en el Palacio Legislativo, jurando respetar y hacer cumplir la Constitución del Estado burgués plurinacional.
Los oficialistas han hecho muchos esfuerzos por mantener la figura del Presidente como algo inmaculada y lejos de los brotes de corrupción en diferentes niveles de la administración del Estado; sin embargo, ya en el escándalo del Fondo indígena se ha puesto en entredicho eso de la “reserva moral” del movimiento indígena y del propio presidente frente a la indisimulada protección de los elementos indígenas más próximos al entorno palaciego como Nemecia Achacollo, por ejemplo. Pero el golpe mortal que ha desmitificado completamente la imagen de Morales ha sido la denuncia en torno a los problemas de alcoba de éste con su ex – pareja Gabriela Zapata, vinculado al uso de influencias para la firma de contratos millonarios con la transnacional china CAMC.
A pesar del esfuerzo hecho por García Linera, Juan Ramón Quintana y otros para proteger la imagen del Presidente, ambos escándalos han puesto al desnudo la pobreza moral e intelectual del gobernante y de sus cercanos colaboradores: declaraciones improvisadas y llenas de contradicciones que lejos de disipar las dudas lo único que hacían es confirmar las sospechas, uso abusivo de la prepotencia contra los opositores al gobierno, ataques a la prensa que se ha atrevido a seguir de cerca de manera independiente el escándalo, etc. Este escándalo ha alimentado el morbo de la gente que -cada día- acudía con avidez a las redes sociales, a la prensa televisiva, escrita y oral, para ver que nuevos elementos aparecían en esos apasionantes capítulos de una  telenovela de mal gusto al estilo mexicano.
Estamos viviendo el agotamiento del Estado burgués, hoy presentado por el oficialismo como un nuevo Estado plurinacional. Ni nuevo ni esencialmente diferente del viejo estado liberal burgués. Las manifestaciones de su agotamiento y descomposición se expresan en la imparable corrupción en todos los niveles de la administración. Muchos señalan que la dupla Morales – García Linera no quiere ni puede dejar el control de este Estado por el temor de que, a partir del 2019, se destapen los hechos más horrendos de corrupción y del manejo arbitrario de la cosa pública.
La caída del ídolo de barro con todo el aparato de símbolos tendrá consecuencias en el seno de oficialismo e impulsará al proceso de emancipación política de amplios sectores de la población que se encontraban rezagados con referencia a los sectores más radicalizados que, en el último referéndum, le  propinó un categórico puñetazo en el rostro de Evo Morales.

OCUPAR LAS FÁBRICAS PARA ESTATIZARLAS CON CONTROL OBRERO COLECTIVO
En las etapas de crisis como en la presente, cuando los empresarios ya no pueden garantizar jugosas ganancias aún después de haber realizado recortes en los salarios y beneficios sociales de los trabajadores, recurren al fácil expediente de declararse en quiebra y cerrar las fuentes de trabajo echando a sus dependientes a la calle. Las consecuencias son dramáticas para los trabajadores, de la noche a la mañana se ven privados de sus fuentes de trabajo y sin ninguna posibilidad de atender las necesidades básicas de sus familias (comida, vestimenta, educación, salud, etc.).
Frente a esta situación que se generaliza en la minería por la caída vertiginosa de los precios de los minerales en el mercado mundial y en las empresas industriales de los centros urbanos por la invasión de mercancía extranjera barata, del contrabando o por la caída de la capacidad de compra de los mercados locales, en muchas empresas se han realizado ocupaciones por parte de los trabajadores y recorren dos caminos equivocados: primero, creen que en el seno de capitalismo y de manera indefinida pueden implantar un régimen autogestionario (que los trabajadores se hagan cargo de la producción y de la comercialización de las mercancías que producen), llega el momento inevitable en el que, por su dependencia de materias primas extrajeras, por la falta de capital y mercados, terminan fatalmente quebrando. Segundo, caen en la trampa gubernamental de las llamadas “empresas sociales” que consiste en que los trabajadores se hacen cargo de los centros productivos con todas sus obligaciones pendientes, sueldos y salarios no pagados por varios meses y hasta años, las deudas de los empresarios a los diferentes acreedores, falta de pago de impuestos, falta de pago de las cotizaciones de los trabajadores a las AFPs, etc.; y, finalmente, asediados por múltiples obligaciones que no pueden honrar, tienen que capitular declarando la quiebra de las “empresas sociales”.
Es preciso partir del principio de que la crisis es un fenómeno resultante del agotamiento del sistema social capitalista (choque entre las fuerzas productivas en permanente crecimiento con las relaciones de producción capitalistas (gran propiedad privada) que se convierte en freno del desarrollo de la sociedad); por tanto, es un error que la fuerza de trabajo se haga cargo de las consecuencias de esta crisis ya sea en forma de empresas autogestionarias, empresas sociales, cooperativas o fundaciones liberando al Estado de toda su responsabilidad de garantizar fuentes de trabajo; de lo que se trata es obligarle que asuma su responsabilidad de tomar en sus manos el financiamiento y el funcionamiento de las empresas quebradas (estatización) y, con la finalidad de fiscalizar la administración y de proteger los intereses de los trabajadores frente a la explotación del Estado burgués, se debe implantar el control obrero colectivo (que toda la clase fiscalice la administración de las empresas en forma de asambleas, comités de vigilancia, comités de producción, etc.). En el pasado, el control obrero individual fue una experiencia frustrante porque los trabajadores designados individualmente para realizar este papel muy fácilmente eran cooptados por la patronal para terminar siendo burocratizados con la finalidad de encubrir las trampas de la administración que redundaba en mayor explotación de los trabajadores.
Esta consigna de toma de los centros de trabajo para luego ser estatizados, lejos de recorrer el camino del colaboracionismo de clase (como en el caso de las empresas autogestionarias, cogestionarías como ocurrió con las minas en la década del 80 del siglo pasado, de las cooperativas, las fundaciones y de las llamadas “empresas sociales” que liberan al Estado burgués de su obligación de resolver los problemas de la producción), conduce a la independencia política y organizativa de los explotados y a la acentuación de la lucha de clases, aspectos indispensables para la revolución social con la finalidad de construir un nuevo Estado basado en la propiedad social de los medios de producción.
Se debe exigir al Estado la necesidad de implantar una rígida política proteccionista con la finalidad de neutralizar las consecuencias de la libre penetración de mercancías extranjeras baratas gravando aranceles de importación altos de tal modo que se pueda proteger la competitividad de la producción interna. Por otra parte, se debe exigir al Estado incentivos e inversiones para la producción de las empresas estatizadas; en el caso de la minería, debe realizar fuertes inversiones con la finalidad de incorporar tecnología de punta para lograr una mayor productividad y la consecuente reducción de los costos de producción para poder sobrevivir en las etapas de precios bajos; el Estado tiene la obligación de acumular la producción de los minerales, por ejemplo, hasta que pase la mala racha de los precios bajos en el mercado mundial, etc.

Tomado de Masas, Miguel Lora O.

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