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febrero 27, 2014

La agroecología resilente al cambio climático

La agroecología es una ciencia aplicada para el diseño de una nueva agricultura no dependiente del petróleo, amigable con el medioambiente, resilente al cambio climático y capaz de desarrollar sistemas agrícolas diversificados que garanticen la soberanía alimentaria de los pueblos, expone en la siguiente entrevista el presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla) Miguel Altieri.


En un contexto de crisis general del capitalismo, en particular de la agroindustria a gran escala, surgen nuevos paradigmas productivos como la agroecología, una ciencia aplicada para el diseño y manejo de agroecosistemas sostenibles que se nutre del conocimiento científico moderno y los saberes tradicionales de comunidades indígenas y campesinas.



La agricultura ecológica surge en 1960 en países occidentales en reacción a los daños al medio ambiente y a la salud humana ocasionados por la agricultura industrializada. La pequeña agricultura es el eje de la agroecología que se propone enriquecer la oferta alimentaria con productos sanos y variados y así revertir la estandarización del gusto
La agroecología saca el mayor provecho de los procesos naturales y de las interacciones positivas de la biodiversidad en las explotaciones agrícolas, con el fin de reducir el uso de insumos externos sustituyéndolos por procesos naturales como la fertilidad natural del suelo o el control biológico de plagas, y así crear sistemas agrícolas más eficientes, explica el presidente de la Socla.

La agroecología promueve el manejo agrícola y ganadero sostenible conjugando prácticas campesinas tradicionales y planteamientos ecológicos desde los márgenes del mercado. Propone usar menos insumos agresivos para el medioambiente y la salud; aprovechar mejor el potencial biológico y genético de las especies de plantas y animales, y producir en niveles adecuados a las limitaciones físicas del planeta. (1)


Miguel Altieri detalla las potencialidades de la agroecología campesina en una conferencia magistral dictada en el marco de las Jornadas de Investigación sobre Agroecología y Soberanía Alimentaria el 31 de enero y 1 de febrero de 2013 en La Paz, Bolivia, con el auspicio de Agrónomos y Veterinarios Sin Fronteras (AVSF), Asociación de Organizaciones de Productores Ecológicos de Bolivia (AOPEB), Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (CIPCA), Organización Inter eclesiástica para la Cooperación al Desarrollo - Holanda (ICCO), Universidad Católica Boliviana – Unidades Académicas Campesinas (UACs), Postgrado en Ciencias del Desarrollo de la Universidad Mayor de San Andrés (CIDES–UMSA), Fundación TIERRA, Instituto para el Desarrollo Rural de Sudamérica (IPDRS), Centro Internacional de la Papa (CIP), Asociación de Instituciones de Promoción y Educación (AIPE) y Consejo Nacional de Producción Ecológica (CNAPE).

P. ¿Qué es la agroecología y en qué se diferencia de la agricultura tradicional?

R. La agroecología es una ciencia de optimización de los sistemas agroecológicos, es decir la mejora de la eficiencia de la actividad biológica arriba y abajo del suelo, mediante la activación de procesos biológicos clave como la fotosíntesis, la fijación de nitrógeno, la solubilización del fósforo del suelo y el uso de antagonismos y alelopatías para el control biológico y la regulación natural de plagas. Los mismos procesos naturales son las “entradas” del sistema agroecológico y por eso también se lo conoce como “agricultura de procesos”.

La agroecología imita a la naturaleza para crear biodiversidad funcional y sistemas que se auto regulen y auto subsidien y no necesiten muchos insumos externos. La agroecología concentra su trabajo en los pequeños campesinos que están más cerca de la lógica agroecológica, a diferencia de los sistemas industriales de monocultivos a gran escala dependientes de energía.

P. ¿Agroecología es sinónimo de agricultura ecológica y orgánica o agroforestería?

R. La agroecología promueve un diálogo de saberes de los cuales se derivan principios sobre los cuales se guía el diseño de una nueva agricultura divorciada del petróleo, amigable con el medioambiente, resilente al cambio climático y que sea la base de la soberanía alimentaria de los pueblos. El principio clave de la agroecología es la diversificación de sistemas con mezclas de variedades de especies de plantas y animales, intercalados con sistemas agroforestales, cuya creciente complementariedad potencia los efectos positivos de la biodiversidad.

La agricultura ecológica y orgánica son sistemas de producción guiados por prácticas que pueden o no tener una base agroecológica. Por ejemplo, hay mucha producción orgánica que depende de insumos externos para controlar plagas y enfermedades que no necesariamente son químicos sintéticos. Por otro lado, la agroforestería es un diseño agroecológico que combina árboles con cultivos o animales que se complementan a través de una interacción. Sin embargo, no se trata solo de combinar cultivos, sino de buscar sistemas diversificados de cultivos que se complementen ecológicamente. Por ejemplo, maíz con frijol se complementan porque el frijol fija el nitrógeno y se lo pasa al maíz.

P ¿Cuáles son las potencialidades de la agroecología y qué posibilidades tiene de hacer frente al agronegocio dominante?

R. El modelo agrícola industrial surgido hace 60 años durante la denominada revolución verde se basó en tres premisas que ya no son válidas actualmente. En primer lugar, supuso que habría petróleo abundante y barato y eso ya no existe; por lo tanto, toda la matriz económica de la agricultura industrial dependiente del petróleo ya no es viable, a no ser que se siga subsidiando.

La segunda premisa del modelo agroindustrial era que habría abundante agua, y resulta que el agua es y será un problema no solo por el cambio climático sino por la privatización del recurso. La tercera premisa del modelo era que el clima iba a ser constante y no cambiaría, pero vemos que eso tampoco es verdad. En los últimos 10 años lo que más llamó la atención de los científicos es la frecuencia y la intensidad de los eventos climáticos, cada vez más extraños y erráticos.

La lección de todo esto es que la agricultura moderna no resiste el cambio climático porque tiene homogeneidad genética y carece de mecanismos de autodefensa; eso se manifestó recientemente con la sequía en el medio oeste norteamericano donde la producción de maíz cayó 30%. Sin embargo, en esa misma zona sobrevivieron los sistemas de producción orgánica, inclusive los monocultivos de maíz porque contienen mucha materia orgánica que actúa como una esponja que almacena la humedad del suelo.

Hemos hecho estudios en Cuba, México y Centroamérica después de la irrupción de huracanes y comprobamos que los sistemas agroecológicos más diversificados y con mayor cobertura orgánica de suelos son los que mejor resistieron esos desastres. En otras palabras, la evidencia científica demuestra claramente que la resilencia al impacto del cambio climático y la capacidad de recuperación de los sistemas agroecológicos están muy ligadas a la diversidad de los sistemas, y eso es precisamente lo que propugna la agroecología: la diversificación del agroecosistema.

P. Sin embargo, la política de desarrollo agrícola dominante privilegia las agroexportaciones, y las leyes de promoción de la agricultura familiar, como la promulgada recientemente en Bolivia, son meramente declarativas.

R. Lo que pasa es que los gobiernos progresistas de América Latina tienen buenas intenciones, pero no han puesto en práctica políticas agrarias y mecanismos de apoyo a la agricultura campesina. No solo hay que darles mercados sino también extensión e investigación agroecológica no convencional e incentivos; hay que premiarlos porque producen alimentos y por la serie de servicios ecológicos y culturales que prestan a la sociedad, como por ejemplo conservar la biodiversidad y mantener una identidad cultural.

Hay países como Brasil que creó un Ministerio del Desarrollo Rural específico para la agricultura familiar porque cuenta con 4,7 millones de agricultores familiares que producen el 70% de la comida del país y a la vez controlan el 20% de la tierra. Si el gobierno boliviano declarara que lo que hay que hacer es apoyar a la agricultura campesina a través de acciones concretas lograría la soberanía alimentaria. Eso no significa dejar de exportar, pero sí priorizar el consumo nacional y la soberanía nacional.

P. La ciencia, la razón y el sentido común están de lado de los pequeños productores, pero el capital y el agronegocio todavía tienen el poder. En esas condiciones, ¿los campesinos pueden desplazar a las transnacionales?


R. Hay muchos intereses en juego y actores muy fuertes. La revolución verde fue promovida por el sector público y apoyada por centros de investigación nacionales. Ahora el proceso se impulsa desde el sector privado multinacional, que no solo posee sistemas de investigación propios, sino que está comenzando a acaparar tierras; se estima que 80 millones de hectáreas en África ya están en manos de países como China o de multinacionales que producen biocombustibles y transgénicos.

Sin embargo, el mapa geopolítico está cambiando, y en América Latina todavía tenemos un sector campesino muy fuerte que subsiste a pesar de que se predijo tantas veces su desaparición. En el continente la pequeña producción continúa reproduciéndose y jugando un papel importantísimo en la alimentación de la población. Los pequeños productores también están organizados políticamente y existen organizaciones que no existían hace 30 años como la Vía Campesina y el Movimiento sin Tierra (MST).

P. ¿Qué son las taxonomías biológicas folclóricas y cuáles son los mayores aportes de los sistemas agrícolas precolombinos?

R. Los campesinos e indígenas que manejaron agroecosistemas por más de 5 mil años en los Andes y Mesoamérica han clasificado la naturaleza con sus propias taxonomías de plantas y suelos. Ese conocimiento tradicional de la naturaleza, que ha permitido desarrollar sistemas productivos, constituye un insumo muy importante para la agroecología. Nosotros (la comunidad científica) respetamos ese conocimiento y tratamos de establecer un diálogo con la ciencia occidental de manera de lograr una síntesis.

Yo estuve más en contacto con la cultura mesoamericana y reconozco su profundo conocimiento de las semillas, del suelo y del ambiente en general, y sobre todo su actitud espiritual respecto al uso de la tierra, no solamente por una cuestión utilitaria, sino en una dimensión más profunda a partir del concepto de Pachamama. Muchas prácticas tradicionales no tienen una razón productiva en sí mismas, se trata más bien de rituales y eso a veces cuesta entenderlo, pero es parte de la riqueza del conocimiento.  En América Latina todavía tenemos como 500 grupos étnicos y por tanto 500 maneras de mirar el mundo y la naturaleza, distintas al paradigma occidental.

P. ¿Cuáles son las experiencias más destacadas en el mundo?

R. El país que más ha desarrollado la agroecología es Cuba porque cuando cayó el bloque socialista se vio en la obligación de transformar su agricultura hasta entonces dependiente en 80% de las importaciones de petróleo, fertilizantes y pesticidas. Cuba tuvo una ventaja respecto a otros países latinoamericanos: posee apenas el 2% de la población de América Latina, pero cuenta con el 15% de los científicos, es decir un valioso capital humano que permitió impulsar rápidamente nuevos sistemas productivos como el Campesino-Campesino, un sistema horizontal de transferencia de conocimientos y experiencias entre agricultores. Brasil, Colombia, Nicaragua y Perú también desarrollan experiencias importantes en agroecología, pero ésta no es parte de la política agraria de ningún país; son más esfuerzos de abajo hacia arriba que poco a poco ganan terreno porque están demostrando que son viables para el futuro.

Los pueblos indígenas de América Latina son aliados claves en la lucha contra el hambre

Los sistemas agroalimentarios desarrollados por los pueblos indígenas, sus dietas tradicionales y sistemas de producción y gestión sostenible de los recursos naturales pueden contribuir a la erradicación del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición en América Latina y el Caribe, valoraron académicos, profesionales y expertos de la FAO. Naciones Unidas declaró el 2013 Año Internacional de la Quinua con el lema “un futuro sembrado hace miles de años”, recordando que este alimento es un verdadero regalo de los Andes para el mundo.

El 7 de septiembre de 2001, en el Foro Mundial sobre Soberanía Alimentaria, organizaciones campesinas, indígenas, asociaciones de productores, organizaciones no gubernamentales, académicos e investigadores de 60 países decidieron declarar el 16 de octubre como el Día Mundial de la Soberanía Alimentaría, que hasta ese momento se denominaba Día Mundial de la Alimentación. El cambio no fue casual por cuanto, al agendar el concepto de soberanía alimentaria, se propuso hacer frente al agronegocio capitalista que sume en una profunda crisis a la agricultura campesina e indígena, la pesca artesanal y los sistemas alimentarios sustentables, al tiempo que intensifica el hambre y la malnutrición en el mundo.

En ese entonces se advirtió que el hambre, la desnutrición y la exclusión de millones de personas al acceso a bienes y recursos productivos tales como la tierra, el bosque, el mar, el agua, las semillas, la tecnología y el conocimiento, son consecuencia de las políticas económicas, agrícolas y comerciales a escala mundial, regional y nacional que han sido impuestas por las corporaciones en su afán de mantener y acrecentar su hegemonía económica.

En ese contexto emergió el concepto de soberanía alimentaria como una propuesta política para erradicar el hambre y la malnutrición y garantizar la seguridad de una alimentación duradera y sustentable para todos, mediante el ejercicio del derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos, y sobre la base de la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos de producción campesinos e indígenas.

Las sociedades indígenas manejaron agroecosistemas por más de 5 mil años en los Andes y Mesoamérica y clasificaron la naturaleza con sus propias taxonomías de plantas y suelos. Según el presidente de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología (Socla) Miguel Altieri, ese conocimiento tradicional de la naturaleza ha permitido desarrollar sistemas productivos y constituye un insumo muy importante para la agroecología.

Las culturas mesoamericanas poseen un profundo conocimiento de las semillas, el suelo y el ambiente en general, y también mantienen una relación espiritual con la tierra, no solamente por una cuestión utilitaria, sino en una dimensión más profunda a partir del concepto de Pachamama. Muchas prácticas tradicionales no tienen una razón productiva sino que constituyen un ritual y eso a veces cuesta entenderlo, pero es parte de la riqueza del conocimiento, dice el presidente de la Socla, y recuerda que en América Latina todavía existen alrededor de 500 grupos étnicos, y por tanto 500 maneras de mirar la naturaleza.

“Es necesario rescatar y promover el saber tradicional que ellos han forjado a lo largo de siglos, ya que contiene una enorme riqueza de estrategia y saberes necesarios para avanzar hacia la erradicación del hambre en nuestra región”, consideró el representante Regional de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) Raúl Benítez durante el segundo diálogo social entre los pueblos indígenas y la FAO, realizado en Santiago de Chile en abril de este año con la participación de líderes indígenas, académicos y profesionales de 20 países de la región.

Los sistemas agroalimentarios desarrollados por los pueblos indígenas, sus dietas tradicionales y sistemas de producción y gestión sostenible de los recursos naturales son un patrimonio inestimable que puede ayudar a encontrar respuestas a los problemas que nacen de los actuales paradigmas de vida y progreso de la sociedad contemporánea. Por ello, “consideramos que, a pesar de las situaciones de inseguridad alimentaria y pobreza que muchos de ellos enfrentan, ellos no son parte del problema, son parte de la solución”, enfatizó Benitez.

Las comunidades indígenas sufren un mayor grado de inseguridad alimentaria que el resto de los habitantes de América Latina y el Caribe, pero al mismo tiempo poseen conocimientos que pueden ser claves para lograr la erradicación del hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición, resaltó la FAO en ocasión del Día Internacional de los Pueblos Indígenas el 9 de agosto.


Rescate de semillas y granos andinos

El rescate de las semillas y granos andinos para garantizar la seguridad y la soberanía alimentaria en la subregión, plantearon expertos de diversos países en el Foro Intercultural “Semillas y Soberanía alimentaria, patrimonio ancestral de los Pueblos Originarios”, celebrado el año pasado en la sede de la Secretaría General de la Comunidad Andina de Naciones (CAN), integrada por Bolivia, Colombia, Ecuador y Perú.

En la ocasión los expertos plantearon la necesidad de impulsar políticas y estrategias que promuevan y rescaten las semillas y granos andinos para garantizar la seguridad y soberanía alimentaria en la subregión. La parlamentaria peruana Hilaria Supa subrayó que no habrá soberanía alimentaria si no se protegen las semillas andinas, criterio compartido por el embajador de Bolivia Jorge Ledezma: “Es importante tomar conciencia de la importancia que tiene cuidar nuestras semillas, que la hemos mantenido por miles de años. No pueden desaparecer bajo ningún interés económico transnacional como se pretende actualmente con los transgénicos”.

Según el embajador de Colombia Luis Eladio Pérez Bonilla, su país era autosuficiente alimentariamente, pero se ha visto obligado a importar parte de su canasta alimentaria debido al conflicto interno que vive su país y a intereses privados que afectan la producción. El diplomático ecuatoriano Iván Maldonado apuntó que para su país la soberanía alimentaria es un objetivo estratégico indispensable a fin de garantizar que los pueblos y nacionalidades alcancen autosuficiencia.

El secretario general de la CAN Adalid Contreras Baspineiro señaló que el bloque regional cuenta con un Programa Andino para garantizar la seguridad y soberanía alimentaria y nutricional, que contempla el rescate y puesta en valor de la producción de alimentos andinos. Dicho programa apunta a la formulación de estrategias para promover el incremento de la producción de alimentos autóctonos, especialmente de quinua. En América Latina y el Caribe la quinua es producida casi en su totalidad por pueblos indígenas y pequeños agricultores familiares.

Naciones Unidas declaró al 2013 Año Internacional de la Quinua, cuyo lema “un futuro sembrado hace miles de años” recuerda el hecho de que este alimento es un verdadero regalo de los Andes para el mundo. La quinua ha sido cultivada en los Andes desde hace más de 7 mil años, y es considerada un grano sagrado por los pueblos originarios debido a sus características nutricionales únicas: es el único alimento vegetal que posee todos los aminoácidos esenciales, oligoelementos y vitaminas para la vida, además de no contener gluten.

El 1 de febrero de 2013, los jefes y jefas de Estado y de Gobierno de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) se sumaron oficialmente a las celebraciones del Año Internacional de la Quinua 2013, y en un Comunicado Especial al respecto afirmaron que “la quinua desempeña una función en la consecución de la seguridad alimentaria y nutricional y en la erradicación de la pobreza y el hambre debido a su valor nutritivo”. De ahí que el bloque comprometió su apoyo a programas que ayuden a la investigación y desarrollo del cultivo, y prometió que participará de forma activa en las ferias y simposios internacionales del AIQ 2013 a fin de promover su cultivo y consumo.

Según la FAO, la quinua puede ser un aliado clave en la lucha contra el hambre y la promoción de la seguridad alimentaria mundial, ya que es capaz de crecer en las más duras condiciones, soportando temperaturas desde los -8°C hasta los 38°C. La planta milenaria se puede sembrar desde el nivel del mar hasta los 4 mil metros de altura y es resistente a la sequía y a los suelos pobres.

La quinua ha trascendido las fronteras continentales y ya se cultiva en Francia, Inglaterra, Suecia, Dinamarca, Holanda e Italia. En Estados Unidos se produce en Colorado y Nevada y en Canadá en las praderas de Ontario. En Kenia se demostró altos rendimientos de semilla y en el Himalaya y las planicies del norte de la India el cultivo podría desarrollarse con éxito.

Otras riquezas latinoamericanas

La Unesco declaró como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad a la cocina tradicional mexicana, que tiene como base el maíz. Se ha comprobado que la chicha de maíz morado ayuda a prevenir el cáncer de colon y enfermedades cardiovasculares. Por otro lado, la papa alimenta a los habitantes del altiplano andino desde hace miles de años y hoy se cultiva en todo el planeta.

Perteneciente a la familia de las solanáceas y originaria de América del Sur, la Solanum tuberosum, nombre científico de la papa, se cultiva desde hace siete mil años en el altiplano andino sudamericano, y en el siglo XVI fue llevada a Europa como una curiosidad botánica más que como un alimento. Hace poco, investigadores del Instituto escocés James Hutton secuenciaron el genoma de la papa, lo que permitirá desarrollar mejores variedades de uno de los tubérculos más consumidos en el mundo.

Por iniciativa del Ministerio de Agricultura, en Ecuador se celebra el Día Nacional de la Papa cada 26 de junio con el fin de resaltar el valor nutritivo del tubérculo y sus aportes de micronutrientes, vitaminas y antioxidantes. En ese país las especies más conocidas son Superchola, Gabriela, Esperanza, Roja, Fripapa y María, Gabriela, Esperanza, Frypapa, Uvilla, Leona Blanca, Esperanza, Gabriela y Jubaleña.

De otra parte, la Unesco declaró a la cocina tradicional mexicana como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, en mérito a su antigüedad, su continuidad histórica y a la originalidad de sus productos, técnicas y procedimientos. Fue la primera vez que un sistema alimentario de un país accedió a la selecta lista confeccionada por el organismo de Naciones Unidas. Según los especialistas, la cocina mexicana actual no difiere de sus raíces ancestrales, ya que su base alimentaria siguen siendo el maíz y el frijol.

En Perú, la directora de Medicina Complementaria del organismo de salud de la seguridad social (EsSalud) Martha Villar aseguró que el consumo diario de la chicha de maíz morado ayuda a prevenir neoplasias como el cáncer de colon y enfermedades cardiovasculares debido a su alto contenido de antioxidantes. Los antioxidantes del maíz son conocidos como antocianinas y le dan un color morado oscuro intenso característico al refresco que protege el endotelio vascular y reduce las posibilidades de formación de placas de grasas. Entre otras virtudes, la chicha morada también disminuye el colesterol y regula la presión arterial por su efecto diurético.

Además, la FAO cerró el Año Internacional de los Bosques con la presentación del libro "Frutales y plantas útiles en la vida amazónica", elaborado por el Centro de Investigación Forestal Internacional (CIFOR), People and Plants Internacional, y 90 investigadores brasileños y de otras nacionalidades. El volumen muestra la posibilidad del empleo de plantas y frutos de los bosques amazónicos para mejorar la dieta y los medios de subsistencia de la población. El Amazonas, el bosque tropical continuo más grande del planeta, constituye una rica fuente de nutrientes y sus frutos proporcionan alimentos, minerales y antioxidantes esenciales.

El subdirector general de la FAO Eduardo Rojas-Briales, al frente del Departamento Forestal, aseguró que el 80% de los habitantes de países en desarrollo depende de productos forestales no madereros para satisfacer necesidades nutricionales y de salud. En ese marco, el nuevo texto de la FAO proporciona información completa sobre frutos y plantas del Amazonas. El libro "está escrito por y para los aldeanos rurales semianalfabetos, donde se teje un tapiz de opiniones acerca de los innumerables valores que contienen los bosques", dijo la investigadora del CIFOR y autora principal de la publicación Patricia Shanley.

La agricultura campesina e indígena sin semillas transgénicas ni químicos resiste mejor las sequías y otros cambios climáticos, y es más productiva y sustentable que la agroindustria, coinciden la FAO y más de 400 expertos de 15 países. La pequeña producción campesina y familiar es más productiva y eficiente que la agricultura empresarial porque genera empleos rurales y contribuye a un desarrollo local más amplio y diversificado. (2)

Agenda conjunta de trabajo


El representante de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación John Preissing manifestó que América Latina es la región donde más progreso ha habido en las últimas dos décadas en cuanto a inclusión y seguridad alimentaria. Sin embargo, todavía hay áreas andinas y selváticas con menos posibilidades por falta de insumos, riego, carreteras y energía eléctrica.



Invertir más y mejor en la agricultura es una de las maneras más eficaces de reducir el hambre y la pobreza al tiempo que se salvaguarda el medio ambiente. Este es el mensaje clave de uno de los informes anuales más importantes de la FAO, El estado mundial de la agricultura y la alimentación 2012 (SOFA). El informe revela que los campesinos de los países de bajos y medianos ingresos invierten más de 170 mil millones de dólares al año en sus explotaciones, alrededor de 150 dólares por agricultor, el triple de lo que invierten otras fuentes combinadas, cuatro veces más que las contribuciones del sector público, y más de 50 veces la ayuda oficial al desarrollo que reciben los países.


A pesar de la enorme contribución al desarrollo y la seguridad alimentaria, los pueblos indígenas enfrentan altos niveles de subnutrición: aunque sólo representan el 5% de la población mundial, responden por el 15% de la pobreza extrema. Los índices de pobreza e inseguridad alimentaria en ese grupo poblacional son tres veces más altos que entre el resto de la población de la región, y en algunos casos hasta ocho veces más.

En algunos países hasta el 90% de la población indígena es pobre y el 70% vive en extrema pobreza. La desnutrición infantil de los niños y niñas de los pueblos indígenas duplica el promedio de la población no indígena de la región, existiendo casos extremos donde el 95% de los niños indígenas menores de 14 años padece desnutrición en algún grado.

Los índices de vulnerabilidad que afectan a gran parte de la población indígena son producto de un proceso histórico de privación de sus medios de vida, que incluye la sistemática desestructuración de sus territorios y la erosión de sus recursos naturales y tradiciones culturales. Según la FAO, parte del problema es que las iniciativas de desarrollo económico no toman en cuenta sus contextos culturales y necesidades específicas, resultando muchas veces en la intensificación de su pobreza, marginalización e inseguridad alimentaria.

Para enfrentar esta situación, la FAO ha desarrollado una nueva Política sobre Pueblos Indígenas y Tribales, la cual identifica una serie de objetivos orientados a mejorar su situación y garantizar sus derechos, potenciando sus aportes a la seguridad alimentaria, entre ellos mejorar el entorno institucional para responder a sus demandas; fortalecer las capacidades de los gobiernos para incluir a los pueblos indígenas en sus procesos de desarrollo, respetando sus derechos y visiones al respecto; garantizar su participación directa y efectiva en las actividades de la FAO, y establecer medidas de colaboración con los pueblos indígenas, lo que implica desalentar las actividades adversas para las comunidades.




Notas:

1. Consejo Nacional de Investigación de EE.UU., 1989 / Introducción a la Agroecología como Desarrollo Rural Sostenible, Ed. Mundi-Prensa (2000). / AGRUPACIÓN EN DEFENSA DE LA AGRICULTURA ECOLÓGICA: Red de Semillas, Federación Andaluza de Consumidores de Productos Ecológicos-FACPE, Asociación Vida Sana, Comité Andaluz de Agricultura Ecológica-CAAE, Intereco, Sociedad Española de Agricultura Ecológica-SEAE y FEPECO). / Fuente: Frente a la inseguridad alimentaria: agroecología y consumo responsable; Grupo de Estudios Agroecológicos - GEA)

2. El publicitado aumento de los rendimientos de cultivos OGM no es tal, concluye el Informe de la Union of Concerned Scientists (Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad de EE.UU.) analizando 12 estudios académicos con ensayos de campo durante los últimos 20 años. Sólo hay incrementos en el caso del maíz BT, pero no por su genética "sabiamente" modificada sino por mejoramientos tradicionales de los cultivos. Los rendimientos de fincas integrales en pequeña escala son mayores a los de sistemas de monocultivo a gran escala debido al uso más eficiente de tierra, agua y biodiversidad. Los precios de los alimentos orgánicos no tienen variaciones grandes en el mercado internacional y son intensivos en empleo. Los agro ecosistemas diversificados son menos vulnerables al cambio climático y no dependen tanto de fertilizantes nitrogenados, maquinaria o bombas de irrigación. Los pequeños productores usan variedades/especies adaptadas al clima y a los requerimientos de hibernación locales; realzan el contenido de materia orgánica de suelos con estiércol, abonos verdes y cultivos de cobertura; usan más tecnologías de "cosecha" de agua y conservación de la humedad del suelo; previenen inundaciones, erosión y lixiviación de nutrientes; desarrollan cultivos intercalados, agroforestería e integración animal; y aplican técnicas de regulación biológica (antagonismos, alelopatía, etc.) para prevenir plagas, enfermedades e infestaciones de malezas. Evaluación Internacional del Papel del Conocimiento, la Ciencia y la Tecnología en el Desarrollo Agrícola (IAASTD). Está demostrada la efectividad de abonos orgánicos y biolarvicidas alternativos a los insecticidas químicos. El biolarvicida cubano Bactivec creado hace 20 años es un líquido incoloro e inodoro que contiene esporas y cristales endotóxicos de Bacillus thuringiensis y que puede agregarse al agua potable sin poner en riesgo la salud humana. Se produce en China, Argentina y Vietnam para el control del dengue, la malaria y otras enfermedades tropicales. Desde los años 80 del siglo anterior, Cuba desarrolla programas dirigidos al aislamiento, caracterización, producción y uso de microorganismos nativos del suelo, fundamentalmente de los géneros bacterianos y de hongos, para casi todos los cultivos tropicales de importancia económica como la caña de azúcar, arroz, cafeto, banano, granos (tanto cereales como leguminosas), raíces y tubérculos, flores y plantas ornamentales. (José A. Fraga, director del Laboratorio Biológico Farmacéutico - LABIOFAM).

Con datos de Agroecología: única esperanza para la soberanía alimentaria y la resiliencia socioecológica, artículo preparado para Rio+20; Miguel A. Altieri, Clara Nicholls y otros, junio de 2012, fuente: www.agroeco.org/socla

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