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octubre 13, 2020

La crisis económica definirá la naturaleza del gobierno que surja el 18 de octubre

Faltando cinco días para las próximas elecciones, resulta inexplicable que el caído en la eclosión social de octubre – noviembre se encuentre con ventaja en la preferencia del voto como la primera minoría y con la posibilidad de ganar en la primera vuelta. La existencia de un 20 % de indecisos y del voto oculto no deja dormir a Luis Arce y a Carlos Mesa, cuya diferencia del primero con referencia al segundo es de apenas un 6 % y con tendencia a acortarse la brecha, según las últimas encuestas.

En realidad, será muy difícil que todos los indecisos viren unitariamente en dirección de uno de los candidatos contrincantes, lo más probable es que se distribuyan entre los dos. Además, está el voto de los residentes bolivianos en la Argentina y el Brasil que juntos suman alrededor de 184.000 y que el MAS considera que le será mayoritariamente favorable. En caso de una segunda vuelta, Carlos Mesa, sin duda, tendría ventaja segura. No por mérito propio sino como “voto útil”, canal de expresión de la mayoría antimasista.

Sin embargo, no se trata de adivinar qué será lo que pase el domingo 18, sino de prever la perspectiva de lo que va a ocurrir en este país después de las elecciones. Es preciso partir de la evidencia de que la crisis estructural del capitalismo es un fenómeno objetivo que se impone a las semicolonias desde fuera. Lo que ha hecho la pandemia del COVID–19 es exacerbarla al extremo poniendo en vilo a todo el planeta.

Esta situación pone en gran desventaja a los países capitalistas atrasados como Bolivia porque sus consecuencias golpean más duramente sobre ellos debido a que no tienen la suficiente grasa como para soportar los horrores del hambre, la desocupación, la miseria generalizada, etc., porque están condenados a extender la mano esperando que las metrópolis imperialistas --que también están experimentando los rigores de esta crisis-- puedan acudir con la ayuda necesaria para garantizar la sobrevivencia del sistema social que se hunde irremediablemente.

De esta manera estamos viviendo la etapa de agonía del capitalismo esperando que aparezca la partera que ayude a nacer al nuevo régimen social basado en la propiedad social de los medios de producción. Mientras no surja el proletariado como dirección política, estamos condenados a soportar las consecuencias de la barbarie capitalista porque ésta, para salvarse, está obligada a cargar todo el peso de la crisis sobre las espaldas de la fuerza de trabajo y de las mayorías más pobres.

Es en este contexto que se realizan las elecciones en el país donde los candidatos, en sus campañas electorales, prometen salvar a Bolivia de la crisis económica de la manera más indolora posible. Los masistas demagogos dicen que Lucho Arce tiene la experiencia y la sabiduría para realizar semejante proeza porque no en vano ha sido “el mejor ministro de economía del continente” por más de un decenio; los mesistas, a su turno, acuden al argumento de que sólo Carlos Mesa puede devolverle al país la institucionalidad democrática, destruida por el MAS durante sus 14 años de gobierno, como requisito indispensable para resolver los problemas de la crisis económica.

Ambos prometen poner en subasta el litio como una nueva fuente de ingresos y juran que lograrán la gran concertación nacional con el propósito de ponerle el pecho para salvar a Bolivia del hambre. Pura palabrería demagógica para engañar a los incautos y arrancarles el voto. La propuesta de la “concertación nacional” bajo el manto sutil de que todos (empresarios y obreros, gobernantes y gobernados, campesinos y citadinos, cuentapropistas y dependientes de un patrón, etc.) son responsables de contribuir para salir de la crisis, encierra una trampa que el Estado burgués siempre ha tendido, de manera recurrente, contra los explotados y oprimidos. Quiere decir que, durante la crisis, está prohibida la lucha de clases, las movilizaciones sociales y populares contra el hambre y la miseria. Nos están anticipando, ambos, que descargarán sobre nuestras espaldas no sólo el garrote del hambre sino también el de la represión policial y del ejército.

Lo ocurrido con los trabajadores de Vita en La Paz es apenas un anticipo de lo que ambos harán si toman el control del aparato estatal. No olvidar que la misión del próximo gobierno es salvar los intereses de los empresarios privados y de las transnacionales imperialistas; para lograr ese objetivo, deben acabar con toda forma de protesta social, domesticar a los hambrientos por el camino del control de los sindicatos y las organizaciones sociales como siempre lo ha hecho el MAS, y por el camino de la violencia estatal masacrando a los revoltosos o encarcelando a los dirigentes que no se vendan.

La necesidad de la independencia política de las organizaciones obreras

Los sindicatos obreros frente al Estado burgués, que es la expresión política de los intereses de la clase dominante, no deben –bajo ninguna circunstancia– ser un instrumento de él o colaborar con él. Es indispensable que las organizaciones obreras mantengan una total diferencia respecto a los instrumentos de opresión de la clase dominante, hecho que implica que el proletariado sea consciente de que sus intereses y objetivos son diametralmente opuestos al de sus explotadores. Durante los 14 años del régimen masista, la burocracia sindical y el gobierno han desarrollado la tramposa teoría de que éste era un gobierno que representaba a los pobres y que, por tanto, las organizaciones sindicales y populares ya estaban en el gobierno y resultaba contrarrevolucionario esgrimir la consigna de la independencia política. Evo Morales repetía que era un contrasentido impulsado por el imperialismo que los trabajadores planteen la independencia política de sus organizaciones sindicales con referencia de su propio gobierno.

No ha quedado totalmente superada esta impostura. La alternativa de un próximo gobierno de la vieja derecha racista ha hecho reverdecer, en alguna medida, en sectores laborales y populares, la idea de que, pese a todo, el MAS es más próximo a los intereses de los trabajadores, de todos los pobres de este país y particularmente de las nacionalidades originarias cuyos exponentes ideológicos, hasta el final, no ha superado la ilusión de que ya estaban en el poder al constatar que, en el Parlamento, en el Poder Judicial y en el Ejecutivo estaban elementos con poncho y ojotas, con guardatojos o polleras. Estos no han tenido la capacidad de descubrir que, mientras los masistas manejaban los símbolos de los oprimidos y explotados incrustados en el aparato estatal, Evo Morales y su pandilla desarrollaban una política abiertamente propatronal y proimperialista; no en vano tuvieron los poderosos agroindustriales del Oriente, los banqueros, los empresarios industriales y mineros, las transnacionales imperialistas, su etapa de oro donde acumularon inmensas fortunas en un período de aparente “bonanza y paz social”.

A esta impostura se prestó la burocracia sindical fuertemente aceitada de prebendas y mucho dinero para comprar sus conciencias. Sólo así se puede explicar cómo un partido que en la víspera cae como consecuencia de la presión de una eclosión social ahora siga encabezando la mayor intención de voto y hasta la posibilidad de que pueda ganar raspando las elecciones en la primera vuelta como primera minoría.

Importantes sectores de las masas no han concluido el proceso de su emancipación política con referencia al MAS, su consciencia sigue embadurnada con la impostura de que este partido es “popular” y hasta “izquierdista”, opuesto a la odiada derecha racista, explotadora y prepotente. Ahora, la gran dificultad que se yergue como un obstáculo para la conquista de la independencia política de los explotados es que el proletariado no aparece en el escenario como una clara referencia política para convertirse en la dirección del conjunto de los oprimidos del país. Ya hemos dicho decenas de veces, la clase revolucionaria no ha logrado superar las consecuencias de su gran derrota durante el desarrollo de la crisis económica anterior que ha significado la destrucción física y política del movimiento minero y el total arrinconamiento del movimiento fabril.

Mientras el proletariado no retorne a su cauce revolucionario y ejercite su independencia política, difícilmente las otras clases oprimidas podrán ser asimiladas a la política revolucionaria, sus rebeliones terminarán –fatalmente-- capitulando frente a las diferentes expresiones de la clase dominante como, ahora, atrapadas por el neoliberal Mesa o el impostor MAS.

El proceso político posterior a las elecciones plantea la siguiente disyuntiva: si gana Mesa las elecciones, la crisis económica inevitablemente volcará a las calles a las masas hambrientas. La crisis interna del MAS seguramente se profundizará aunque se esforzará en montarse en el lomo del malestar popular para sobrevivir políticamente. Si el MAS ganara las elecciones, ya no podrá contener el malestar social y se verá obligado a tomar medidas cada vez más antiobreras y antipopulares, hecho que acelerará el proceso de su total agotamiento.

La tarea fundamental es trabajar en el seno del proletariado para que éste retorne a su política revolucionaria. La crisis económica que exacerbe el malestar social será el escenario propicio para el trabajo del Partido revolucionario.

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