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mayo 08, 2017

Guía para adolescentes y jóvenes depresivos

La depresión en la adolescencia puede ser considerada una enfermedad o un trastorno situacional pasajero. Los estados depresivos en los niños y adolescentes ocurren con frecuencia en el seno de familias disfuncionales. Científicos británicos demostraron que los trastornos mentales pueden reducir la esperanza de vida de 10 a 20 años. Entre las consecuencias de la depresión se mencionan el desinterés en los estudios, somnolencia, cambios notables en el carácter y el suicidio.
Relación entre pobreza, depresión y suicidios

La Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que las enfermedades mentales afectan a unos 700 millones de personas en el mundo y tienen un costo de 2.500 millones de dólares al año en el mundo, según cálculos del Foro Económico Mundial.

De acuerdo con el borrador de un Plan de Acción para la Salud Mental 2013-2020 redactado por la OMS, los problemas mentales constituyen el 13% de las enfermedades mundiales y la tercera parte de las no transmisibles. Al menos 350 millones de personas padecen depresión, 50 millones sufren epilepsia, 90 millones conviven con algún desorden de abuso de sustancias y 35,6 millones con mal de Alzheimer y otras demencias.

Las enfermedades mentales aluden a varios problemas que incluyen trastornos de pánico, obsesivo-compulsivo, de estrés post-traumático y fobias. Dentro de las patologías se encuentran la depresión, el trastorno bipolar y de la personalidad, trastornos psicóticos, entre otros.

La OMS estima que actualmente hay unos 350 millones de personas afectadas por la depresión y, según algunos estudios, una de cada diez personas presenta depresión mayor y casi una de cada cinco ha tenido el trastorno en algún momento durante su vida. Va surgiendo cada vez más evidencia de que hay una asociación entre la crisis y la psicopatología y particularmente la depresión y el suicidio.

La depresión, como es sabido, no es transmisible y puede afectar a cualquiera, a gente joven y a mayores y es una de las enfermedades de más amplia distribución. La depresión se presenta habitualmente con estados de ánimo muy bajos, pérdida de interés, sentimientos de culpa, baja autoestima, alteraciones del sueño y apetito, mala concentración, etc. Se acompaña también de estados de ansiedad. Estos trastornos pueden volverse crónicos y llevar a dificultades serias para poder realizar las tareas diarias. Es muy importante saber que la recuperación de esta enfermedad es posible y alcanzable aunque en algunos países los medios disponibles son escasos y los recortes sanitarios lo están dificultando considerablemente. (Sergi Raventós, colectivo de Dempeus per la salut pública y colaborador de www.sinpermiso.info, 21 octubre 2012)

La situación económica ha llevado en los países desarrollados a un aumento del desempleo, las deudas y la inseguridad económica, lo cual resulta en un incremento de la depresión en la población. Así pues va surgiendo cada vez más evidencia a partir de diversas crisis anteriores (de EEUU, Asia, la antigua URSS) y la actual que hay una asociación entre la crisis y la psicopatología y particularmente la depresión y el suicidio.

La diferencia entre una tristeza normal y la depresión es importante. De manera que, frente a circunstancias adversas como la muerte de un ser querido, la perdida de estatus social, la humillación, las pérdidas económicas, etc. se espera una respuesta psicológica que es por supuesto normal. “Lo que sería anormal es que nuestro estado de ánimo no se alterase en este tipo de situaciones de riesgo. Una falta de reacción a una situación de este calibre tal vez sería más propia de un organismo del reino vegetal que no de un ser vivo sofisticado cognitivamente como el ser humano”.

Las personas que viven cerca de la línea de pobreza y con bajos ingresos están sometidas a un gran estrés psicosocial, y también que a través de la influencia de los padres puede afectar a la salud mental de los niños, lo cual puede llevar a déficits en el desarrollo cognitivo, emocional y físico de los mismos. Asimismo el desempleo, el empobrecimiento y las distorsiones familiares tienen probabilidad de producir o precipitar una serie de problemas de salud mental como depresión, alcoholismo y suicidio. Un trágico ejemplo que se destaca serían los suicidios en masa de agricultores en la India tras la reforma de la agricultura a mediados de la década de los 90.

En el Informe de la Comisión de Determinantes Sociales de la misma OMS de 2008 que tuvo un impacto mundial muy considerable se puso de manifiesto que “la acumulación tóxica de factores sociales injustos y evitables, como la desigualdad económica, la precariedad laboral, la contaminación ambiental, la inseguridad alimentaria, no tener una vivienda digna, o la falta de participación y democracia” daña la salud y crea inequidades. La Comisión nombra a estos y otros determinantes como son las pensiones, el nivel educativo, las desigualdades entre hombres y mujeres (el trabajo reproductivo y en especial la violencia contra las mujeres) y la participación social y política, las “causas de las causas” de la salud y la inequidad en salud.

Científicos británicos demostraron que los trastornos mentales pueden reducir la esperanza de vida de 10 a 20 años, un valor superior a la muerte prematura que causa el consumo excesivo de tabaco. Analizaron datos de más de 1,7 millones de pacientes procedentes principalmente de países con una tasa de mortalidad superior a los 250 mil decesos anuales.

El estudio muestra que las personas con trastorno bipolar tienen una reducción media de la esperanza de vida de entre nueve y 20 años, y entre 10 y 20 años las personas que sufren de esquizofrenia. Hemos encontrado que muchos de los diagnósticos de salud mental se asocian con una disminución de la esperanza de vida tan grave como fumar 20 o más cigarrillos al día, explicó la doctora Seena Fazel, del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de Oxford. Fazel subrayó que, además, las personas con depresión recurrente tienen una reducción media de la esperanza de vida de entre 7 y 11 años, mientras que los fumadores regulares reducen su vida entre ocho y 10 años.

Una encuesta de la OMS reveló que las familias con enfermos mentales experimentan un mayor impacto negativo en su vida que quienes tienen familiares con enfermedades físicas. La investigación publicada por la revista Psychological Medicine evaluó en 28 países la prevalencia de trastornos mentales y sus consecuencias, y concluyó que quienes padecen afecciones mentales son más discriminados, lo que favorece la presencia de más estigma en sus familiares. La OMS sugirió que las campañas antiestigma incluyan también a los allegados de los enfermos como población diana, debido a que esta conducta se refleja como una tendencia internacional.

La depresión en la adolescencia

La depresión es un trastorno emocional donde predominan la tristeza y las ideas pesimistas. En la adolescencia ocurren eventos muy importantes y hasta contradictorios, como los impulsos y deseos de independencia y, a la vez, la significación e importancia de contar con el amor y la ayuda de los padres. También los relacionados con la sexualidad, el final de los estudios medios y la inserción en la vida laboral, o la continuación de los estudios universitarios. Muchas inquietudes y poca experiencia contribuyen al estrés y, con frecuencia, a estados depresivos de mayor o menor importancia.

La depresión en la adolescencia puede ser considerada una enfermedad o un trastorno situacional pasajero. Existen factores de riesgo para la aparición de la depresión en la adolescencia que abarca desde los 10-11 años hasta los 18-20. Las depresiones pueden verse a cualquier edad, aunque son más frecuentes después de la pubertad. Los estados depresivos en los niños y adolescentes ocurren con frecuencia en el seno de una familia disfuncional.

Se conoce cómo actúan los neurotransmisores (reguladores de la actividad nerviosa superior) en los trastornos depresivos, pero no todas las depresiones tienen las mismas causas. Lo verdaderamente importante es saber que un adolescente deprimido necesita del apoyo oportuno, sobre todo un oído receptivo dispuesto a escuchar las penas y sufrimientos de quien se siente solo, recomienda la doctora en Ciencias Médicas Elsa Gutiérrez Baró, Profesora Titular y Consultante de Psiquiatría Infanto-Juvenil, Profesora de Mérito y ex directora de la Clínica del Adolescente en La Habana.

Entre los síntomas y signos que presentan los adolescentes aquejados de depresión están el aislamiento, la tristeza y la desmotivación frecuente. Sin embargo, hay que tener presente que en algunos adolescentes deprimidos predomina la irritabilidad e incluso la agresividad, explica Gutiérrez.

Entre las consecuencias de la depresión figuran el desinterés en los estudios, somnolencia y cambios notables en el carácter. La complicación más grave que suele ocurrir son las ideas autodestructivas, tanto en el intento suicida como en el suicidio consumado. Los intentos son más frecuentes en el sexo femenino, y los suicidios en el masculino.

¿Son curables estos trastornos? Sin lugar a dudas, afirma la doctora Gutiérrez. Puede mejorar y superarse la crisis que es causa de la depresión. En ocasiones es necesario utilizar fármacos y también psicoterapia individual o de grupo, y en todos los casos es muy importante la atención y orientación a los padres y a la familia, así como la búsqueda de información y orientación a la escuela y maestros. Resultaría de mucha utilidad hacer estudios epidemiológicos, estudiar las estadísticas, estimular los diplomados, maestrías y doctorados sobre esta importante temática.

La familia es el caldo de cultivo de todos los problemas psíquicos

Hasta mediados del siglo XX se consideraba la enfermedad mental como una vivencia personal; el individuo era el único causante de su propia situación. La teoría más defendida consideraba la genética el origen de la enfermedad mental. En los años 50-60 del siglo pasado, la Escuela de Palo Alto (California), en contra de los postulados defendidos por el psicoanálisis y apoyándose en las teorías cibernéticas, defendió la “teoría sistémica” para explicar el origen de los trastornos mentales. La familia se constituye así en el caldo de cultivo de todos los problemas psíquicos y por lo tanto también debe ser la protagonista en la solución. (Alejandro Rocamora Bonilla, Psiquiatra y miembro fundador del Teléfono de la Esperanza, CCS) 

Desde ese momento ya no se habla de enfermo sino de “paciente identificado”, para subrayar el hecho de que toda la familia está enferma y lo que ocurre es que uno de sus miembros es portavoz de la enfermedad. Una consecuencia importante: no hay que tratar sólo al enfermo sino a toda la familia. Aparece así la terapia familiar sistémica.

Una tercera vía, más actual, defiende una postura más ecléctica. El modelo psicoeducativo de terapia familiar admite en el origen de la enfermedad mental una doble causa: la genética (hoy hablamos de vulnerabilidad genética), pero también considera de suma importancia los factores ambientales y vinculares (familia, amigos, escuela, etc.) y por tanto los tratamientos se deben realizar en una doble perspectiva: farmacológica y psicoterapéutica.

En las últimas décadas ha aparecido un nuevo modelo de familia donde lo que se defiende es una mayor igualdad entre sus miembros, una mayor libertad, una mayor socialización y donde aparecen nuevas formas de convivencia. La familia como conjunto puede favorecer o entorpecer la propia dinámica de sus miembros.

En términos generales, podríamos afirmar que el entorno familiar puede jugar el papel de verdugo o de víctima. Con su hostilidad puede incrementar el sufrimiento del enfermo, o convertirse en su “paño de lágrimas”, aceptando “heroicamente” las exigencias de la enfermedad. De cualquier manera, la familia nunca será un elemento insensible en el proceso curativo del enfermo, sino que, como un catalizador en una reacción química, tiene el poder de acelerar o retardar el final del proceso.

La familia sana no se distingue por la ausencia de problemas sino porque su bienestar se produce cuando se ha conseguido armonizar a todos sus elementos, respetando sus posibilidades y también sus limitaciones, pero sin olvidar las exigencias del propio grupo. En este difícil equilibrio entre las necesidades del individuo y del colectivo es donde puede florecer la salud mental de todos los componentes de la familia.

La familia no será feliz si no consigue crear un clima de amor y seguridad, que posibilite crecer a los pequeños y robustecer las estructuras más sanas de los padres. Toda la familia tiene el mismo objetivo: el bienestar de sus miembros, aunque en ocasiones no se ponen los medios adecuados: por ejemplo, cuando los padres tienen comportamientos patológicos (violencia, abusos sexuales, etc.) o cuando lo que predomina en el clima familiar es el temor, la desconfianza, la envidia, etc.

Padres e hijos debemos aprender a escuchar, no solamente a oír, a los otros. La familia sana es aquella que permite decir lo que siente y también recibir, sin descalificaciones, las opiniones de los demás. En este encuadre, todos los miembros familiares deberían tener como un sexto sentido para poder captar el estado de ánimo del que tiene junto a su mesa. Convivir no solamente es compartir habitación, sino estar alerta para detectar los pequeños y grandes sufrimientos del otro.

El diálogo es una manera de expresar una “escucha atenta”. Dialogar y negociar casi siempre van unidos. Este axioma se ve claramente en el diálogo con el adolescente.

Muchos conflictos se producen por la tendencia de algunas familias a permanecer ancladas en el pasado. En muchas ocasiones, la confrontación en la familia se produce precisamente por exigir a los demás según sus posibilidades reales. Comentarios como: “mira qué buenas notas ha sacado tu hermano…”, o “yo a tu edad estudiaba y trabajaba” deberían abolirse. No importa lo que logren los demás. Lo importante es que cada uno desarrolle al máximo sus potencialidades.

Cuidar un alma frágil

Los sistemas familiares se organizan no solamente por “fuerzas conscientes”, sino también por “fuerzas inconscientes”, según Erikson, eminente psicólogo. Eso es así, porque la familia es un haz de tensiones positivas y negativas que tienden al equilibrio. La familia es como una gran masa de agua: podemos contemplar los objetos de la superficie, pero las corrientes subterráneas del fondo pasan inadvertidas.

El entorno familiar puede facilitar o dificultar el desarrollo psicológico del niño, que debe sentirse amado, aceptado y comprendido, no solo cuidado, por todos los miembros familiares, principalmente por los progenitores. No solamente los padres influyen en los hijos, sino que éstos influyen en los padres: reorganización del tiempo de ocio, distribución de tareas, cambios a nivel relacional, afectivo, etc. Pero esto es otra historia que desarrollaremos en otro momento.

A pesar de todo, la familia no condiciona el desarrollo del niño, sino que éste es el protagonista principal de su propia biografía. A pesar de haber vivido en una “familia disfuncional” el sujeto puede realizar un desarrollo adecuado, y también existen personas que han vivido en un “familia funcional” y su desarrollo ha sido adecuado.

Decía la psicoterapeuta Virginia Satir que la familia sana se caracteriza porque sus miembros tienen una autoestima alta, la comunicación es directa, clara, específica y sincera, las normas son flexibles y se acomodan a la propia evolución de cada familia y por último, mantiene un vínculo abierto y confiado con la sociedad que le rodea.

En su libro Relaciones humanas en el núcleo familiar, Satir establece algunas claves que nos pueden ayudar a crear un clima de felicidad en las familias (siempre y cuando las necesidades primarias estén cubiertas.

La familia es una unidad dinámica y cambiante por esencia: salen y entran nuevos miembros, crecen unos, otros envejecen. La familia, pues, es esencialmente cambio y, por lo tanto, todos sus miembros deberán adaptarse a las nuevas situaciones. Precisamente los conflictos generacionales, entre otros, se producen por la tendencia de algunas familias a permanecer ancladas en el pasado: contemplar a los hijos como eternos bebés, o a los padres como la reencarnación de Superman.

Tanto los padres, como los hijos, deberán aceptar a los demás según sus posibilidades reales y no exigirles como una forma de satisfacer deseos o sueños no realizados. En muchas ocasiones, la confrontación en la familia se produce precisamente por poner el listón demasiado alto, o bien, demasiado bajo. Son los padres que, al margen del hijo, se han imaginado un futuro determinado de éste; o bien, los hijos que no desean ver las deficiencias de los padres y siguen adorándolos como a dioses.

El verdadero amor consiste en valorar al otro por lo que es, no por lo que tiene o consigue. Una familia que camina hacia la felicidad, será aquella que cree un clima en el que cada uno de sus miembros sienta verdaderamente lo siguiente: “Soy valioso para los míos”.

Es cierto que el ser humano nace tan frágil que sin la ayuda de los demás no podría sobrevivir. Pero también es cierto que es capaz de recuperarse incluso en las situaciones más adversas. El niño siempre es protagonista de su propia historia y, a pesar de vivir o no en una familia funcional, puede ser feliz.

***

Prioridades de los jóvenes en la agenda de desarrollo post-2015

Jóvenes de diversas partes del mundo perfilan junto a representantes gubernamentales y de órganos de Naciones Unidas acciones concretas para que sus aspiraciones formen parte de la agenda post-2015 de desarrollo sostenible. En un reciente foro del Consejo Económico Social (Ecosoc) se presentó un documento con medidas encaminadas a garantizar que las prioridades de los menores de 25 años, quienes constituyen la mitad de la población mundial, queden recogidas en el nuevo marco de desarrollo, el cual sustituirá en 2015 a los Objetivos del Milenio.

Los jóvenes enfrentan retos particulares como el acceso a educación, salud y trabajo decentes. Las necesidades incluyen además las posibilidades de participar en la toma de decisiones, la igualdad de género, el cese de la violencia contra mujeres y niñas, y la vida en sociedades pacíficas, estables y democráticas.

En ocasión del Día Mundial de la Población, el secretario general de la ONU Ban Ki-moon recordó que el mundo cuenta con la generación de jóvenes más grande en la historia, casi dos mil millones de personas, lo que representa un enorme potencial. No obstante, muchos de ellos viven en la pobreza e incluso aquellos que han podido acceder a la educación superior, con frecuencia están desempleados o realizan actividades mal remuneradas.

Datos de Naciones Unidas reflejan que un 10,6 por ciento de las personas de entre 15 y 24 años no saben leer ni escribir, casi dos millones con esas edades mueren anualmente -en su mayoría de causas prevenibles- y alrededor de la mitad de los desempleados son jóvenes. En los países del Sur la situación es siempre más compleja, cuestión reafirmada con estadísticas que muestran en 2013 a 225 millones de jóvenes, un 20 por ciento de los existentes en los llamados estados en desarrollo, sin trabajo, educación o capacitación de algún tipo.

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