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enero 10, 2015

Foucault, la “french theory” y la pose intelectual hostil a la ciencia y la Ilustración

Noam Chomsky *

Derrida, Lacan, Lyotard, Kristeva, etc. –incluso Foucault, a quien conocí personalmente y, en cierto modo, es diferente del resto– escriben cosas que yo no entiendo. Me sumergí en lo que escriben por curiosidad. Pero no fui muy lejos porque lo que encontré es extremadamente pretencioso, y al examinarlo, una gran parte se revela, sencillamente, como obra de analfabetos frecuentemente basada en lecturas asombrosamente incompetentes de textos que conozco bien (algunas veces, textos de mi autoría), con desarrollos argumentales terroríficos por su incapacidad para la autocrítica más elemental, con muchas afirmaciones o falsas o triviales (aunque revestidas de una alambicada verborrea) y con obvios galimatías a porrillo.

El interés suscitado entre muchos lectores de la revista digital SinPermiso por las dos arremetidas recientes de Noam Chomsky contra el célebre publicista esloveno Zizek ha llevado a la revista a rescatar y traducir al castellano unas viejas y acaso poco difundidas reflexiones (escritas en 1995) del lingüista y humanista del MIT sobre lo que él llamaba ya entonces “postureo” arbitrario e inconsistente de la French Theory.

El gran historiador marxista Pierre Vilar se declaró “irritado” (en Oro y moneda en la historia) por las arbitrarias falsificaciones históricas de Foucault. Edward P. Thompson, en su demoledor y memorable libro Miseria de la Teoría de finales de los 70, hizo suya la visión del gran medievalista marxista británico Rodney Hilton, que intuyó la raíz social del éxito de ese tipo de especulaciones parisinas arbitrarias en la aparición de un nuevo estrato socio académico –en los 60 y 70– al que llamó, maligna pero certeramente, “intelligentzia lumpenburguesa”.

Chomsky se limita aquí, en cambio, a mostrar que las aportaciones de la French Theory que han colonizado buena parte de los departamentos de humanidades de medio mundo son o manifiestas falsedades o, en el mejor de los casos, campanudas verdades de Pero Grullo expresadas con jerga “teórica” tan oscura como pretenciosa.

***

Regreso de una conferencia que me obligó a viajar –actividad en la que paso buena parte de mi vida–, y me encuentro con una colección de mensajes ampliando la discusión acerca de la “Teoría” y la “Filosofía”, un debate que me resulta bastante curioso. Aquí van algunas reacciones, aunque admito de entrada que lo que puede ocurrir, simplemente, es que no alcance a comprender lo que estáis discutiendo.

Según entiendo, el debate comenzó con la acusación de que yo, Mike y probablemente otros que no tenemos “teorías”, y por lo tanto, no conseguimos dar explicación ninguna de por qué las cosas son como son. Deberíamos, así pues, volver a la “Teoría”, a la “Filosofía” y a las “construcciones teóricas”, etc., a fin de remediar esa deficiencia de nuestros esfuerzos y poder comprender y abordar lo que ocurre en el mundo. No quiero hablar por Mike. Mi respuesta hasta ahora ha sido sobre todo la de reiterar algo que escribí hace 35 años, mucho antes de que el “postmodernismo” hubiese irrumpido en la cultura literaria e intelectual: “si hay un cuerpo teórico, bien probado y verificado, aplicable a los asuntos políticos internacionales o a la resolución de conflictos nacionales e internacionales, su existencia ha sido un secreto muy bien guardado”, poses y postureos pseudocientíficos aparte.

Para mí, la afirmación era exacta hacen 35 años y sigue siéndolo hoy: vale para el estudio de los asuntos humanos en general y se aplica por igual a lo que se ha producido desde entonces. ¿Qué ha cambiado entretanto? Hasta donde se me alcanza, lo que ha habido es una gran explosión de lisonjeo: de autolisonja y de lisonja recíproca entre aquellos que se proponen como adalides de algo que ellos mismos llaman “Teoría” y “Filosofía” y que en mi opinión es poco más que “postureo pseudocientífico”. Como dije en su día, ese poco puede resultar a veces muy interesante, pero carece de consecuencias para los problemas del mundo real que ocupan mi tiempo y energía.

Mencioné el importante trabajo de Rawls, cuando fui explícitamente preguntado al respecto. Este último hecho llamó la atención. Un excelente filósofo y especialista en teoría social (y también activista), Allan Gibbbard, escribió un interesante estudio sobre la respuesta “libertaria” de Robert Nozick a Rawls y sobre las reacciones suscitadas por esa respuesta. Demostró que las reacciones fueron bastantes entusiastas. Los críticos destacaron el poder de los argumentos, etc., pero ninguno aceptó ninguna de las conclusiones que esa respuesta traía consigo en el mundo real (a menos que las hubieran alcanzado ya previa e independientemente). Esto es correcto, lo mismo que las observaciones de Gibbard sobre lo que eso significa.

Los defensores de la “Teoría” y “Filosofía” tienen ante sí una tarea muy fácil si quisieran avalar su punto de vista. Basta con que me den a conocer lo que era y sigue siendo un “secreto” para mí: estaré encantado de descubrirlo. He preguntado muchas veces, y todavía aguardo una respuesta que debería ser fácil de dar: suministren, simplemente, algunos ejemplos de “un cuerpo teórico, bien probado y verificado”, que se aplique a los “tipos de problemas y asuntos en que Mike, yo y muchos otros (en realidad, el grueso de la población mundial, ajena, creo yo, a los limitados y notablemente autorestringidos círculos intelectuales) estamos o deberíamos de estar interesados: los problemas y las cuestiones sobre los que hablamos y escribimos corrientemente, por ejemplo, u otros semejantes.

Para decirlo de otro modo: muestren que los principios de la “Teoría” o “Filosofía” que, según dicen, tenemos que estudiar y aplicar llevan, con argumentos válidos, a conclusiones que nosotros y otros aún no hemos conseguido alcanzar con otros (y mejores) medios; en estos “otros” incluyo a personas sin educación formal, que por lo general parecen no tener el menor problema para llegar a esas conclusiones a través de interacciones mutuas, o aún muchas veces por sí mismos, y que se abstienen completamente de oscuridades “Teóricas”.

Una vez más, éstas son exigencias elementales. Las hice antes y continúo en mi estado de ignorancia. Pero no dejé de sacar algunas conclusiones de eso.

Derrida y los intelectuales parisinos

En cuanto a la puesta por obra de la “deconstrucción” (también mencionada en el debate), no puedo comentarla porque la mayor parte me parece un galimatías.

Pero si esto es sólo una señal más de mi incapacidad para reconocer profundidades, el camino a seguir está claro: basta con volver a exponerme los resultados en palabras claras que yo pueda comprender, y que se muestre por qué razón eso es diferente o aún mejor o mejores que lo que otros hicieron mucho antes y continúan haciendo desde entonces sin palabros confundentes, frases incoherentes, retórica aparatosa desprovista en gran medida (desde luego, para mí) de todo sentido, etc. Ello curará mis deficiencias, si cura tienen, claro. Tal vez no la tengan: volveré luego sobre esa posibilidad.

Para quienes crean tener algún fundamento para esos alegatos expresados con tanto fervor e indignada obstinación, lo que pido es harto fácil de cumplir. Pero en lugar de intentar ofrecer una respuesta a estas sencillas peticiones, las respuestas que alcanzo a oír suelen consistir en arrebatados gritos de cólera: plantear estas preguntas demostraría “elitismo”, “antiintelectualismo” y otros delitos: diríase que no parece “elitista” pertenecer a sociedades consagradas a la autolisonja y a la lisonja recíproca de intelectuales que sólo hablan entre ellos y (hasta donde sé) se mantienen displicentemente fuera del mundo en el que yo prefiero vivir. En ese mundo yo puedo soltar mis charlas y mis escritos para ilustrar sin mayores problemas lo que quiero decir, cosas que, me imagino, la mayor parte del público que sigue la discusión entiende o puede fácilmente llegar a entender: nunca me encuentro allí con “teóricos”, ni voy yo a las conferencias y a las fiestas de éstos. En una palabra, parecemos habitar en mundos muy diferentes, y no sé por qué razón mi medio es “elitista” y no el suyo. A mí me resulta evidente lo contrario, pero tampoco le doy demasiada importancia a este asunto.

Yo ando completamente rebasado con peticiones para dar charlas, y no puedo aceptar ni siquiera una pequeña fracción de las invitaciones a las que me gustaría asistir, razón por la cual les sugiero a otras personas. Curiosamente, nunca sugiero a quienes proponen “Teorías” y “Filosofía”: no suelen estar disponibles sus nombres para este tipo de cosas, al menos según mi experiencia (bastante amplia) con los grupos y las organizaciones populares y activistas, comunidades, escuelas, parroquias, sindicatos obreros, en distintos auditorios, aquí y en el extranjero, con mujeres del tercer mundo, con refugiados, etc. No me costaría dar ejemplos. Y me gustaría saber por qué.

Es éste, así pues, un extraño debate. De un lado, acusaciones iracundas y aun denuncias. Del otro, la petición de algunas pruebas y argumentos que las sostengan, petición a la que se replica con más requisitorias enconadas pero, sorprendentemente, prueba o argumento ningunos. También me pregunto por qué.

Es posible que, simplemente, no alcance yo a ver algo, o que me falte capacidad intelectual para comprender las honduras desenterradas en los 20 últimos años por los intelectuales de París y sus sectarios. Yo tengo el espíritu abierto, y así lo he mantenido durante años cuando se me han hecho acusaciones similares. El caso es que no he recibido respuesta a mis preguntas. Repito una vez más que son cuestiones muy sencillas, y de haber respuesta, debería ser muy fácil de dar. Si no puedo ver algo, muéstreseme en términos que yo pueda comprender. No es imposible, claro está, que ese algo quede fuera de mi capacidad de comprensión: sería yo entonces una causa perdida y tendría que dedicarme sólo a las cosas que parezco capaz de comprender y asociarme sólo con personas interesadas en comprender esas mismas cosas, lo que, dicho sea de paso, me haría muy feliz, ya que jamás he tenido el menor interés en los estratos de la cultura intelectual que se ocupan de las otras cosas, pero, aparentemente, de poco más.

Puesto, pues, que nadie ha sabido mostrarme lo que no puedo ver, nos quedamos con la segunda opción: no soy capaz de entender. Admitiré que eso puede ser verdad, aunque me temo que tendré que reservarme alguna sospecha por razones que parecen buenas. Hay muchas cosas que yo no entiendo. Por ejemplo, los últimos debates sobre si los neutrinos tienen masa o la forma en que el postrero teorema de Fermat ha sido (aparentemente) demostrado en los últimos tiempos. Pero en 50 años que llevo yo en esta partida, he aprendido dos cosas: 1) puedo pedir a los amigos que trabajan profesionalmente en esas áreas que me lo expliquen a un nivel accesible para mí y sin mayores dificultades para ellos; 2) si estoy interesado, puedo tratar de aprender más por mi cuenta para llegar a comprenderlo.

Ahora bien; Derrida, Lacan, Lyotard, Kristeva, etc. –incluso Foucault, a quien conocí personalmente, me resultó grato y, en cierto modo, es diferente del resto– escriben cosas que yo no entiendo, pero para las que tampoco valen los principios 1) y 2): nadie que diga que entiende lo que escriben puede explicármelo, y yo no tengo indicación alguna de cómo proceder para superar por mi cuenta mis insuficiencias. Esto deja abierta una de dos posibilidades:

a) Se dio un nuevo avance en la vida intelectual, tal vez alguna mutación genética repentina, que creó una forma de “teoría” que, en lo que hace a hondura y calado, va más allá de la teoría cuántica, la topología, etc., o:

b) Bueno… no lo diré.

Reitero que he vivido durante 50 años en estos mundos, hice una buena cantidad de trabajo en el campo llamado “filosofía” y “ciencia”, así como en la historia intelectual, y tengo un conocimiento personal razonable de la cultura intelectual en las ciencias naturales, en las humanidades, en las ciencias sociales y en las artes. Eso me dejó con mis propias conclusiones acerca de la vida intelectual, que no hará falta detallar ahora. A los demás, empero, les sugiero simplemente que pregunten a quienes les hablen de las maravillas de la “Teoría” y de la “Filosofía” que justifiquen sus afirmaciones; que hagan lo que llena de contento a quienes trabajan en los campos de la física, de las matemáticas, de la biología o de la lingüística; pongamos por caso, cuando alguien les pregunta con seriedad cuáles son los principios de sus teorías, en qué pruebas se basaron, qué consiguen explicar que no fuera ya una obviedad, etc. Son exigencias harto razonables. Y si no pueden ser satisfechas, sugiero seguir el consejo de Hume en similares circunstancias: ¡al fuego!

Un comentario específico: Phetland pregunta a quién me refiero cuando hablo de la “Escuela de París” y de los “cultos posmodernos”; lo que acabo de decir es una muestra.

Luego pregunta, razonablemente, por qué razón los “repudio”. Tomemos, por ejemplo, a Derrida. Empezaré diciendo que no me gusta hacer el tipo de comentarios que siguen sin aportar pruebas, pero dudo de que los lectores quieran un análisis detallado de Saussure, por ejemplo, en este foro, y sé que no voy a hacerlo. No diría lo que sigue si no se me hubiera pedido explícitamente opinión (y si se me pidiera una fundamentación, diría que no merece el tiempo gastado en hacerlo).

Tomemos, entonces, a Derrida, que es uno de los gurúes. Yo pensé que al menos debería poder entender su Gramatología, y lo cierto es que intenté leerla [Grammatologie, París, 1967]. Parte de esa obra podría resultarme familiar; por ejemplo, el análisis crítico de textos clásicos que conozco muy bien y sobre los que escribí durante años. Pues bien; lo que encontré es un conocimiento científico-académico aterrador, basado en una patética lectura equivocada de cabo a rabo; y los argumentos presentados ni por asomo se acercaban al género de inferencias concluyentes básicas a las que estoy acostumbrado prácticamente desde la infancia. Es posible que no haya visto algo: puede ser, pero la sospecha se mantiene, como ya señalé. Una vez más, pido disculpas por hacer comentarios que no demuestro, pero si se me hacen preguntas, tampoco estoy dispuesto a esquivarlas.

Conocí a algunos distinguidos miembros de esos cultos (que es lo que a mí me parecen): a Foucault (tuvimos incluso una discusión de varias horas, que está publicada, y pasamos buenos ratos de conversación agradable sobre temas reales usando un lenguaje perfectamente comprensible (él, en francés; yo, en inglés); a Lacan (con quien me encontré varias veces y lo consideré un charlatán divertido, un charlatán perfectamente consciente de serlo, aunque sus primeros trabajos, antes de la secta, eran inteligentes y los he discutido en textos publicados; a Kristeva (a quien conocí brevemente durante el período en el que ella era una ferviente maoísta); y a otros varios. No he coincidido con muchos de ellos porque estoy bastante apartado de estos círculos por elección propia: prefiero ambientes muy diferentes y más amplios (el tipo de gentes a las que doy charlas o clases o entrevistas, con las que colaboro en actividades políticas, mis interlocutores epistolares semanales, etc.). Me sumergí en lo que escriben por curiosidad. Pero no fui muy lejos, por las razones antes mencionadas: lo que encuentro es extremadamente pretencioso, y al examinarlo, una gran parte se revela, sencillamente, como obra de analfabetos frecuentemente basada en lecturas asombrosamente incompetentes de textos que conozco bien (algunas veces, textos de mi autoría), con desarrollos argumentales terroríficos por su incapacidad para la autocrítica más elemental, con muchas afirmaciones o falsas o triviales (aunque revestidas de una alambicada verborrea) y con obvios galimatías a porrillo.

Cuando procedo como hago en otras áreas en que no comprendo, me encuentro con los problemas mencionados en relación a 1) y 2), anteriormente expuestos. Eso es, pues, lo que quiero decir, y por eso no vale la pena ir mucho más lejos. Si no resultase suficientemente obvio, podría dar muchos más nombres. Para los interesados en una descripción literaria que refleja en gran medida las mismas percepciones (pero por dentro), sugiero a David Lodge. Da certeramente el clavo, hasta donde puedo juzgar.

Phetland también considera “particularmente intrigante” que yo “repudie tan groseramente” estos círculos intelectuales, cuando gasto mucho tiempo “en criticar la posición ofuscada del New York Times”. Entonces, “¿Por qué no dar a estos tipos el mismo tratamiento?” La pregunta es justa. Hay también una respuesta simple. Lo que aparece en los trabajos a los que yo respondo (New York Times, diarios de opinión, muchos de los trabajos académicos, etc.) está pura y simplemente escrito en una prosa inteligible y tiene un gran impacto en el mundo al fijar la estructura doctrinal que, supuestamente (y en buena medida, efectivamente), contiene al pensamiento y su expresión en sistemas doctrinales exitosos como los presentes. Eso tiene un enorme impacto en lo que les ocurre a las personas que sufren en todo el mundo y que a mí me preocupan, tan distintas de las que viven en el mundo que Lodge describe (creo yo que con exactitud).

Por eso debe hacerse ese trabajo con seriedad, desde luego si nos preocupamos de las personas normales y de sus problemas. El trabajo al que Phetland se refiere, hasta donde a mí se me alcanza, no tiene ninguna de estas características. Tampoco tiene el mismo impacto, porque va sobre todo dirigido a otros intelectuales de los mismos círculos. Por lo demás, que yo sepa, no hay el menor esfuerzo por hacerlo inteligible a las grandes masas de la población (digamos, a las personas con las que hablo constantemente, con las que coincido, para quienes escribo cartas, a las que tengo en mente cuando pongo mis ideas negro sobre blanco y que entienden lo que digo sin particular dificultad, aun cuando parecen tener la misma incapacidad cognitiva que yo ante los cultos posmodernos). Tampoco sé de ningún esfuerzo para mostrar cómo se aplican esos trabajos al mundo en el sentido que mencioné anteriormente: infiriendo conclusiones que no fuesen ya obvias. Dado que yo no estoy demasiado interesado en los modos en que los intelectuales hinchan sus reputaciones, conquistan privilegios y prestigio y esquivan la participación activa en la las luchas populares, no gasto tiempo en eso.

Foucault

Phetland sugiere que comience con Foucault, quien, como escribí varias veces, come un poco aparte por dos razones: al menos parte de lo que escribe resulta inteligible, aun siendo por lo general poco interesante; además, él no es personalmente indiferente y no se limita a interactuar con los otros miembros de los mismos círculos elitistas de superiores privilegios. Phetland hace exactamente lo que yo pedía: ofrece varios ejemplos ilustrativos de lo que considera importante en el trabajo de Foucault. Es exactamente como hay que proceder, y creo que ayudará a entender por qué tengo yo una actitud tan “displicente” hacia todo eso (lo cierto es que no le presto la menor atención).

Lo que Phetland describe, sin duda con precisión, no me parece importante, porque todo el mundo lo sabe desde siempre. Quedan tal vez algunos detalles de la historia social e intelectual, pero sobre esos detalles hay que andarse con cautela: yo he trabajado extensamente en algunos de esos campos, y sé que la competencia académica de Foucault en ellos no es nada confiable. Así que no me fío de lo que dice sin una investigación independiente en los campos que no conozco: algo de eso salió en la discusión que tuvimos en 1972, y que está publicada. Yo creo que hay trabajos académicos mucho mejores sobre los siglos XVII y XVIII, y a ellos me atengo en mi propia investigación.

Pero dejando de lado el trabajo histórico y volviendo a las “construcciones teóricas” y a las explicaciones: que hubo “un gran cambio, de mecanismos crueles de represión a mecanismos más sutiles, por los cuáles las personas acaban por hacer”, incluso entusiásticamente, lo que los poderosos quieren, es cosa, más que verdadera, verdad de Pero Grullo. Si esto es una “Teoría”, entonces todos mis críticos andan errados. Yo también tengo una “Teoría”, porque he venido diciendo exactamente eso durante años, dando asimismo razones y los antecedentes históricos, pero sin categorizarlo como una “teoría” (porque no merece ese nombre), sin retórica obnubilante (porque resulta trivial) y sin pretender que es nueva (porque es evidente).

Se sabe inveteradamente que, en la medida en que el poder para dominar y coaccionar iba declinando, fue cada vez más necesario recurrir a lo que los aprendices de la industria de las relaciones públicas de principios de siglo –que entendieron eso muy bien– llamaron “dominar la mente pública”. Como Hume observó en el siglo XVIII, las razones de ellos son que “la sumisión implícita con que los hombres renuncian a sus propios sentimientos y pasiones a favor de sus gobernantes” depende en última instancia del dominio de las opiniones y las actitudes. Por qué razón habría que tomar súbitamente este obvio principio por “una teoría” o “filosofía”, tendrán otros que explicarlo; Hume se habría reído.

Algunos de los ejemplos concretos de Foucault (por ejemplo, acerca de las técnicas de castigo) parecen interesantes y vale la pena cerciorarse de su exactitud. Pero la “teoría” es simplemente una reafirmación extremadamente alambicada y arbitrariamente hinchada de lo que otros expresarían de modo muy simple y sin la menor pretensión de que algo muy profundo anda en juego. No hay nada de lo que Phetland describe que yo no haya visto o escrito durante 35 años, ofreciendo, además, una gran cantidad de documentación para mostrar que fue siempre obvio y casi un axioma. En punto a trivialidades, lo interesante no es el principio, que es evidente, sino la demostración detallada de cómo rige ese principio en los casos que son importante para las personas: como intervención y agresión, explotación y terror, como estrategias de “mercado abierto”, etc. No encuentro yo nada de eso en Foucault, aunque sí lo encuentro en un montón de gentes que, capaces de escribir oraciones que yo puedo llanamente entender, no están ubicadas en el firmamento intelectual de los “Teóricos”.

Phetland ha hecho exactamente lo que le pedí: ha dado algunos ejemplos de lo que él considera “puntos de vista y construcciones teóricas importantes” en Foucault. Lo que pasa es que los “puntos de vista” me resultan demasiado familiares y no hay en absoluto “construcciones teóricas”: ocurre, simplemente, que ideas sencillas y obvias se han revestido con una retórica complicada y pretenciosa. Phetland se pregunta si creo que eso es “erróneo, inútil, postureo”. No. Las partes históricas parecen interesantes a veces, aunque hay que tomarlas con cautela y, desde luego, esforzarse más de lo habitual en verificarlas con fuentes independientes. Las partes que reformulan lo que hace mucho que es obvio y ha sido dicho en términos mucho más llanos no son “inútiles”, sino, en efecto útiles, razón por la cual yo y otros hemos venido diciendo las mismas cosas.

En lo tocante al “postureo”, hay mucho, en mi opinión, pero no señalo particularmente a Foucault por eso: es algo tan hondamente arraigado en la corrupta cultura intelectual de París, que él se limitó a caer en la trampa del modo más natural. Aunque hay que decir, a favor suyo, que se distanció de ello. En lo que hace a la “corrupción” de esa cultura, particularmente desde la II Guerra Mundial, eso es harina de otro costal, de la que hablado en otros sitios y en la que no entraré ahora. Dicho con franqueza: no veo por qué debería la gente de este forum estar particularmente interesada en todo esto; yo, no lo estoy. Hay cosas más importantes, creo yo, que investigar los rasgos característicos de intelectuales de elite con afanes carreristas y otros desempeños desarrollados en círculos minúsculos y (para mí) carentes de interés. Esto es brocha gorda, y repito que es injusto hacer este tipo de comentarios sin probarlos: pero se me ha preguntado, y me limito a responder sobre la única cuestión específica planteada. Si se pregunta cuál es mi opinión general, lo único que puedo hacer es darla, o si se plantea algo más específico, abordarlo. Pero no estoy dispuesto a escribir un ensayo sobre asuntos que no me interesan.

A menos que alguien pueda responder a las sencillas preguntas que saltan inmediatamente a la mente de cualquier persona razonable cuando se plantean exigencias de “Teoría” y “Filosofía”, yo seguiré ateniéndome a trabajos que me parecen significativos e iluminadores y a gentes realmente interesadas en entender y cambiar el mundo.

Johnb llamó la atención sobre que “el lenguaje claro no es suficiente cuando la estructura de referencia no se encuentra disponible para el oyente”; esto es correcto e importante. Pero la reacción adecuada no es recurrir a la verborrea y el postureo oscuro e innecesariamente complejo alardeando de inexistentes “Teorías”. Se trata de pedir al oyente que cuestione la estructura de referencia que ella/él acepta, y de sugerir alternativas examinables, todo con un lenguaje claro. Nunca se me hizo problema hablar con o para personas sin mucha o aún ninguna instrucción académica formal. Es verdad que la cosa se complica, a medida que se asciende por la escala educativa, porque el adoctrinamiento es más hondo y han calado los procesos de autoselección para la obediencia en que consiste buena parte de la educación exigida a la elite.

Johnb dice que fuera de los círculos como este foro, “para el resto del país, él resulta incomprensible” (“él” soy yo). Eso contradice absolutamente mi dilatada experiencia con todo tipo de públicos. Mi experiencia es la que acabo de describir. La incomprensión se corresponde aproximadamente con el nivel educativo. Tomemos, por ejemplo, una audiencia de radio. Creo que, en gran parte, por lo general, es bastante fácil de adivinar por los acentos, por el énfasis, etc. cuál es el tipo de audiencia. Verifiqué repetidas veces que cuando la audiencia es más pobre y tiene menos formación, puedo omitir buena parte de las cuestiones de antecedentes y de “estructura de referencia”, porque son ya obvias y aceptadas por todos, y puedo avanzar hacia cuestiones que a todos interesan. Frente a audiencias con mayor formación, esto es mucho más difícil; es necesario lidiar por separado con porciones considerables de construcciones ideológicas.

Es cierto que muchas personas no pueden leer los libros que escribo. Pero esto no se debe a que las ideas o el lenguaje sean complicados: no tenemos ningún problema en la discusión informal, incluso con las mismas palabras, en exactamente los mismos puntos. Las razones son diferentes, quizá tengan en parte que ver con mi estilo literario, que responde, al menos parcialmente, a la necesidad (que yo, por lo menos, siento) de presentar documentación considerablemente abundante, lo que hace penosa la lectura. Por eso algunos se han servido del mismo material, a menudo con las mismas palabras, para componer panfletos y textos semejantes. Nadie parece tener mayores problemas; más despistados me parecen los críticos del Times Literary Supplement y de las revistas académicas profesionales, que a menudo no tienen la menor idea de lo que se trata, lo que resulta, a veces, verdaderamente cómico.

Un último punto, algo sobre lo que he escrito en otro lugar (por ejemplo, en una discusión en los Z Papers, y en el último capítulo de Year 501). Ha habido un notable cambio en el comportamiento de la clase intelectual en los últimos años. Los intelectuales de izquierda, que hace 60 años enseñaban en las escuelas de las clases trabajadoras, escribían libros como “matemáticas para millones” –que hacían las matemáticas inteligibles a millones de personas–, que participaban y hablaban en las organizaciones populares, etc., están hoy completamente apartados de esas actividades, y aunque siempre prestos a decirnos que son mucho más radicales que nosotros, no están, al parecer, disponibles cuando hay una necesidad obvia y creciente, y hasta una demanda explícita, del trabajo que podrían desarrollar en el mundo de las personas con problemas y preocupaciones reales.

No es este un problema menor. Nuestro país se halla ahora mismo en un estado muy extraño y siniestro. La gente está asustada, irritada, desilusionada, pesimista y confundida. Como una vez le escuché decir a Mike, es el sueño de un organizador. También es un terreno fértil para los demagogos y los fanáticos, que pueden (y de hecho ya lo hacen) reunir un apoyo popular sustancial con mensajes que no son ajenos a los de sus predecesores en circunstancias algo similares. Sabemos adónde condujo eso en el pasado y adónde podría llevar otra vez. Hay una brecha enorme que otrora fue al menos parcialmente cubierta por unos intelectuales de izquierda dispuestos a colaborar con las personas en general y con sus problemas. En mi opinión, esto tiene implicaciones siniestras.

Fin de la contestación, y (para ser franco) a menos que haya respuesta a las cuestiones obvias planteadas, fin de mi interés personal en el asunto.

* Noam Chomsky es profesor emérito del Departamento de Lingüística y Filosofía del MIT. Universalmente reconocido como renovador de la lingüística contemporánea, es el autor vivo más citado, el intelectual público más destacado de nuestro tiempo y una figura política emblemática de la resistencia antiimperialista mundial. 
Fuente: LBBS, Z-Magazine’s Left On-Line Bulletin Board, 21 de marzo de 1995. Traducido para www.sinpermiso.info por Carlos Abel Suárez.

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