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agosto 17, 2020

Insurgencia indígena sobrepasa el control de la cúpula masista

Masas extra

A 195 años de su fundación, Bolivia continúa siendo uno de los países más atrasados del continente. El continuo avance de las crisis sanitaria, económica y política no es únicamente consecuencia del COVID-19, sino, principalmente, de la crisis capitalista que muestra claramente la incapacidad del sistema para dar respuesta a los problemas que aquejan a las masas de manera general.

Mientras la gente muere en las calles por falta de atención médica, mientras la gente no tiene qué llevar a sus hogares para alimentar a su familia, los SINVERGÜENZAS del gobierno y los MASISTAS se encuentran enfrascados en una ch’ampa guerra con afanes totalmente electorales, con el único objetivo de llegar al gobierno para dedicarse a robar.

La presente movilización indígena ha sido desencadenada por el MAS. El “indigenismo” en el seno del MAS, a pesar de utilizar la jerga anticolonialista reivindicando su identificación con los indios, es una criatura deformada por las ONGs, embadurnada por el posmodernismo reaccionario de los “izquierdistas” reformistas que tomaron el control del gobierno.

Bajo una bandera limitadamente electoralista, postulando el rechazo a la postergación de la fecha de las elecciones del 6 de septiembre al 18 de octubre, los masistas buscaban potenciarse electoralmente, desgastar al débil gobierno de Añez y liberarse del peligro de la anulación de su personería jurídica.

Ni se imaginaron que iban a libertar el conjuro que, en sus entrañas dormía: el viejo y no resuelto problema de la opresión nacional por el Estado burgués blancoide contra las naciones oprimidas de este país. Han sido fundamentalmente sectores aymaras quienes han sobrepasado la limitada demanda de la fecha de las elecciones y ahora plantean la renuncia de la presidente Añez. Brotan caudillos indígenas que dicen públicamente que no son masistas, que no les interesan las elecciones y que buscan arreglar cuentas con el Estado k’ara cobrándose todas las humillaciones y ofensas recibidas.

Se trata de una auténtica rebelión de los pueblos indígenas oprimidos contra un gobierno burgués que se tambalea en medio de la crisis sanitaria y económica. Resurge la brutalidad con la que los humillados buscan cobrar venganza, no les hace mella la campaña sensiblera e hipócrita del gobierno y los políticos de la derecha tradicional que los denuncian como salvajes y criminales porque los bloqueos no dejan pasar los cisternas de oxígeno para quienes agonizan en los hospitales, mostrándolos como terroristas que no les importa la vida de la población citadina castigada por las privaciones y la muerte.

La rebelión se va irradiando hacia las otras nacionalidades, resurgen los ayllus del Norte de Potosí y las nacionalidades asentadas en territorio chuquisaqueño. Los sectores más radicales echan por tierra el ordenamiento jurídico burgués, desafiantes exhiben sus armas ancestrales y también algunas modernas metralletas y fusiles. Desafían al Estado burgués al grito ¡ahora si, guerra civil!

La limitación de esta rebelión, sin embargo, son sus propias contradicciones internas. La penetración del capitalismo al campo ha destruido la propiedad comunitaria y ha convertido a los oprimidos del agro en pequeños propietarios ligados, de una u otra forma, al destino del capitalismo; están umbilicalmente ligados al mercado, por necesidad acuden a las ferias regionales y a los grandes mercados citadinos para vender sus miserables excedentes. Los asimilados a las ciudades se han convertido en artesanos, comerciantes, transportistas, etc. Estas limitaciones hacen que el movimiento no pueda trascender como los levantamientos de fines del siglo XVIII a la cabeza de los Amaru y los Catari. 

Se agotan por la presión interna y por el repudio de las ciudades porque la gente tiene necesidad de paz social para poder desarrollar sus actividades y sobrevivir. Especialmente la pequeña-burguesía citadina, “defensora de la democracia”, ahora pide sangre; que de una vez intervenga el ejército y la policía y siente la mano a los insurrectos.

La otra debilidad es que este movimiento carece de programa político y proyecto de gobierno claro y definido. Ven en el gobierno de Añez a la encarnación de la derecha racista y por ello quieren derrumbarlo; tampoco logra desligarse completamente del masismo pese a que ya no obedecen las órdenes de la dirigencia del MAS. Evo Morales, alarmado por los demonios que ha desencadenado, desesperadamente los convocan a levantar los bloqueos y aceptar la fecha fijada por el Tribunal Electoral bajo la garantía de que será inamovible.

Todo esto impide que surja del seno del movimiento de las naciones oprimidas un proyecto político propio, diferente a la política burguesa. Están condenados a mantener las formas del Estado burgués decadente. Los campesinos deben romper con sus direcciones masistas que los utilizan para sus mezquinos fines de volver al poder a seguir robando y los llevan de derrota en derrota detrás de la política burguesa.

La respuesta a la opresión nacional no saldrá del seno de los campesinos, la única posibilidad de la liberación de las naciones oprimidas va a surgir desde afuera, desde el proletariado como la dirección política del conjunto de la nación oprimida. La solución de nuestros problemas será obra de nosotros mismos. Debemos cambiar estructuralmente nuestro país si queremos conocer el progreso, de lo contrario, seguiremos siendo ESCALERA DE POLITIQUEROS.

Sólo el gobierno obrero campesino podrá reconocer el derecho a las naciones indígenas a su autodeterminación, a constituirse en naciones independientes, si así lo desean. Sólo el gobierno obrero-campesino podrá resolver el problema de superar del minifundio improductivo con la granja colectiva comunitaria mecanizada.

El futuro Estado de obreros y campesinos no puede estructurarse sobre la opresión nacional y social. Por estar asentado en la propiedad social de los medios de producción y porque la gestión de la producción está en manos de las organizaciones obreras y sociales (soviets), tiene la necesidad de un poderoso Estado (dictadura del proletariado) hasta acabar con todos los resabios del capitalismo. Esa dictadura, para ser fuerte, tiene que estar asentada en la libertad plena de los proletarios, campesinos y todos los otros sectores oprimidos de las ciudades.

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